Por Silvano Pascuzzo
Así es como en el Justicialismo hemos detectado cuatro elementos de carácter permanente: la ausencia de mecanismos institucionalizados para dirimir la lucha por el Liderazgo; la adaptabilidad a los cambios de la coyuntura; el mantenimiento y consolidación de poderosas estructuras de representación territorial y social; y – finalmente – una identidad ideológica tercerista. Al mismo tiempo, descubrimos dos elementos contingentes: el componente social principal del voto peronista; y el poder relativo diferencial de los diversos componentes organizacionales. Nos ocuparemos en esta nota de dos de los elementos permanentes, para tratar el resto en sucesivas entregas.
La Adaptabilidad a la Coyuntura.
La adaptabilidad a los cambios por parte del Peronismo, tiene una razón de ser gnoseológica, como se dice en Filosofía. Este se constituye y actúa mirando permanentemente al Mundo desde la Argentina; sabiendo que es imposible gobernar sin tener en cuenta las cambiantes y complejas relaciones de fuerza y los lineamientos que rigen el Sistema Internacional. Las reflexiones sobre el particular son muchas, y no es imprescindible repasarlas aquí en detalle.
Adquiere entonces importancia, el pensamiento del General Perón sobre el particular. En una explicación esencialmente de tipo geopolítico, veía al planeta rumbo a una integración económica, política y cultural definitiva. Ese proceso, indetenible y muy veloz, exigía de los Estados-nación dos condiciones irrenunciables; una poderosa identidad cultural y una eficaz aptitud para adaptarse a él. En su discurso a la Asamblea Legislativa del 1 de mayo de 1974, afirmaba:
“Se percibe ya con firmeza, que la sociedad mundial se orienta hacia el universalismo; que a pocas décadas del presente, nos puede conducir a formas integradas, tanto en el orden económico como en el político (…). El itinerario es inexorable y tenemos que prepararnos para recorrerlo. Y aunque ello parezca contradictorio, tal evento nos exige desarrollar desde ya, un profundo nacionalismo cultural; como única manera válida de fortificar el Ser Nacional, para preservarlo con individualidad propia en las etapas que se avecinan”.
Todo lo cual implicaba, en el viejo líder, una clara conciencia de las relaciones de fuerza imperantes y de las posibilidades reales de desarrollo, en un contexto de Globalización acelerada.
Estas consideraciones son, por lo tanto, una consecuencia de la visión realista del conductor del Peronismo. Continentalismo, multilateralismo y rechazo a toda hegemonía imperialista, no eran más que derivaciones, en el plano de la Política Exterior, de una concepción integral. “Las fronteras ideológicas – nos dice en el mismo discurso – no hacen otra cosa que demorar el proceso y aumentar los costos de construcción de la Sociedad Mundial”. Quedando fijada así, la noción con la que el Justicialismo ha mirado el mundo hasta la actualidad.
Por lo tanto, puede decirse que el Peronismo tiene una visión dinámica y no ideológica de la realidad mundial, regional y argentina; que le ha permitido adaptarse eficaz y rápidamente a los cambios de la coyuntura, ofreciendo soluciones viables a los desafíos prácticos planteados por los mismos. Lo que ha significado más de un problema para sus partidarios durante los últimos lustros. Y también para sus adversarios.
Las Estructuras de Representación.
El Justicialismo ha adquirido relevancia y permanencia histórica, por haber creído siempre en el valor decisivo de contar con sólidas y fuertes estructuras de representación territorial y social. Esto es, siempre basó su accionar en la consolidación de instrumentos capaces de canalizar y organizar las expectativas de la base – en términos de Perón, el Pueblo y/o las masas – por medio de organizaciones permanentes, conducidas por cuadros intermedios legitimados, más que en el voto en elecciones – cuestión siempre muy discutida dentro del Peronismo – por su influencia sectorial y territorial.
Como uno de los elementos básicos de la concepción justicialista de la organización política, dichas estructuras cumplieron una triple función: la de representar, la de canalizar la participación, y la de legitimar las políticas públicas instrumentadas desde gobiernos afines, y combatir las desarrolladas por sus adversarios. El Pueblo, a través de ellas, debía encontrar un instrumento capaz de materializar en actos concretos, y por la movilización masiva, sus demandas, requerimientos y deseos. Nos decía Perón en 1973, durante un discurso dirigido a los trabajadores en la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT):
“Las organizaciones sindicales no sólo no pueden renunciar a su acción política, sino que incluso la deben administrar inteligentemente; para que jamás ese factor de poder que invisten, se debilite por el apartamiento de su función fundamental para la base popular a la que representa. Es decir señores, que cuando los obreros hayan renunciado a intervenir en los destinos del país, ese será un sentimiento suicida para su propia clase y para sus propias organizaciones. En esto no se puede renunciar al destino, y hay que mantener siempre una organización fuertemente unida y solidaria, en cuyo seno sea posible discutir cualquier cuestión doctrinaria o ideológica, pero cuando después de la discusión se haya acordado por la mayoría una decisión, habrá que salir a defenderla aún como si fuera la propia”.
Lo que significa, a un tiempo, unidad de acción y de concepción, en defensa de intereses objetivos, considerados fundamentales.
En el Peronismo, por lo tanto, destacan – como ya lo consignáramos –, desde sus orígenes, dos tipos de estructuras de representación: las políticas y las sociales. En el primer caso, lo central es la representación partidaria y la geográfico territorial; o sea, la dimensión democrática del Justicialismo. En el segundo caso, lo central es la representación del grupo social o productivo; o sea, la dimensión corporativa. Y es casualmente en el Perón de 1973-1974, el del retorno final, en donde ambas dimensiones quedan explicitadas doctrinariamente, a través del concepto de Democracia Integral.
Tan importantes son estas dos dimensiones – la corporativa y la democrática – en el pensamiento de Perón, que llegó inclusive a proponer una reforma constitucional consensuada, que tuviera en cuenta ambos modos de representación. El Consejo del Salario y las Comisiones Paritarias harían lo propio con las políticas. Este nuevo pacto constitucional, producto de acuerdos no forzados, permitiría la consolidación de un orden basado en la paz, el desarrollo y la Justicia Social.
Así, podemos entonces sostener que el Justicialismo basa su fuerza en dos tipos de estructuras de representación, las políticas y las sociales. Las primeras, muy atadas a su función electoral, hacen recaer sus fuerzas a nivel institucional formal y geográfico territorial. Las segundas, vinculadas a las relaciones productivas y de grupo de interés, se orientan hacia roles menos vinculados a lo electoral. Siendo ambas, expresión de las dimensiones en las que el Peronismo ha tenido siempre una gran influencia: la democrática y la corporativa.