Por Silvano Pascuzzo. Hace mucho que venimos insistiendo con la idea; ni original, ni brillante; pero para nosotros evidente y clara, de que el Modelo Económico Argentino – sí es que se puede hablar de modelo, en un escenario caótico y carente de rumbo – se encuentra absolutamente agotado. En otro artículo, lo hemos denominado: especulativo-asistencial, aludiendo a sus dos características básicas: ser la herramienta para que una minoría de burgueses enriquecidos fuguen, evadan y depositen sus “ahorros” en paraísos fiscales; y ofrecer a los pobres, desocupados y excluidos, las migajas de la fiesta, en forma de asistencialismo y caridad mal disimulada.
La pandemia de COVID 19, ha puesto de manifiesto, la decadencia de éste orden de cosas, exigiendo cambios de fondo, impostergables e ineludibles.
En 1975-1976, los sectores dominantes – grupos trasnacionales y locales, terratenientes y bancos – intentaron imponer por la fuerza y apelando al terror, un esquema de organización económica, basado en la concentración de capitales, la apertura del comercio exterior, el achicamiento del estado y una brutal transferencia de ingresos, desde los trabajadores y las clases medias, a los ricos y poderosos. Las luchas populares y sus propias contradicciones, le impidieron a la Dictadura cívico militar, conseguir su objetivo; y si bien la Democracia nació en 1983, muy condicionada en éste y otros aspectos, hubo una creencia – a la postre equivocada – de que el “neoliberalismo” había sido definitivamente derrotado.
Los años de Alfonsín y de Menem, demostraron que no era así, y que las instituciones “liberales” – Presidencia, Congreso y Tribunales – eran muy débiles frente al poder que en las sombras las controlaba. Constituyó un duro aprendizaje, para todas y todos los que iniciábamos nuestra vida política y una trayectoria militante, descubrir que no alcanzaba con las elecciones para transformar el país en un sentido más justo y más solidario. La crisis de 2001-2002, sintetizó ese duro contraste, entre expectativas y realidad, con más muertos, saqueos, desgobierno e inestabilidad. Un desenlace anunciado, que no se quiso o no se pudo evitar desde la Política; que aún pesa con sus secuelas de desprestigio y desconfianza, sobre una clase dirigente corrupta, inepta y en muchos casos, profundamente ignorante.
El Kirchnerismo, como experiencia de construcción de Poder Popular, fue endeble, pero esperanzadora, en la medida en que intentó superar el agotamiento del ciclo neoliberal, reeditando un Keynesianismo aggiornado y renovado; que veía en mejoramiento del salario real de los trabajadores, la base para la reconstrucción de la pequeña y mediana industria; apelando – al mismo tiempo – a un sector público activo, articulador y atento a las necesidades de los más desprotegidos. Los que apoyamos primero a Néstor Kirchner y luego a Cristina Fernández hasta diciembre de 2015, lo hicimos – mayoritariamente – porque nos ofrecieron un espacio distinto, original y dinámico en sus decisiones, sobre el que apoyarnos, para tomar impulso y avanzar hacia cambios y transformaciones de fondo. Pero la derrota y las debilidades – ya muy claras en 2013 y 2014 – del Proyecto Nacional y Popular; trajeron al Poder una vez más, a los representantes del pasado reciente, en una secuela verdaderamente devastadora.
El interregno macrista (2015-2019) y lo que llevamos – pandemia mediante – de Gobierno del Frente de Todos, muestran que, en sus grandes trazos, el proyecto de construcción de la economía y la sociedad iniciado en 1975, sigue vivo e incólume en sus bases de sustentación angulares. Acaso mitigado en su plenitud operativa, por un asistencialismo cada vez más importante, que intenta palear y morigerar, los efectos dramáticamente corrosivos de un sistema de acumulación de la renta, que tiende a expulsar de su seno, a miles de seres humanos, sometiéndoles a la más cruda de las existencias. Una mirada y una praxis, que crean y reproducen hambre, pobreza y exclusión, como efectos colaterales de sus prácticas recurrentes, en pos de una supuesta panacea desarrollista y globalizadora, del capitalismo financiero y especulativo. Un andamiaje teórico conceptual, que acepta las políticas sociales, como reguladoras del ajuste permanente; como la “herramienta humanitaria” que controla la gestión de la crisis y permite la pacífica transferencia de recursos desde abajo hacia arriba de la escala social.
En una palabra, necesitamos otra cosa: un modelo superador de éste que hoy impera y sobrevive penosamente. Uno que sustituya la especulación y el asistencialismo, por producción y trabajo. Y que, como corresponde, asigne recursos desde dos criterios básicos: el interés nacional y el bienestar social. Un esquema de generación de riqueza que haga fructificar el esfuerzo de las personas, en el marco trascendente de lo colectivo. Porque ni el Individualismo de los liberales, ni el Progresismo de los socialdemócratas, ha sido capaz de construir desde 1983, una Nación próspera y un Pueblo feliz. Algo imposible, sin la reconstrucción de un Modelo Nacional que se proponga, otra cosa distinta desde el pensamiento y fundamentalmente, desde la acción.
ALIMENTOS
Ante todo, hace falta terminar con la perversa ecuación que coloca como un dilema insoluble, la obtención de divisas y la alimentación de nuestra gente. El país productor de cereales y carnes, no puede dolarizar, como si fueran diamantes, al pan y al asado. Romper ese tremendo obstáculo puesto al desarrollo y a la igualdad, es un paso previo, a cualquier otro. Control del comercio exterior, manejo de impuestos y tasas diferenciales, desconcentración de las cadenas de valor, fomento de la producción alternativa y comunitaria; pueden ser soluciones que estén contempladas en un plan de conjunto, articulado y sustentable.
ENERGÍA
Luego, resolver el tema energético, usando la empresa nacional de combustibles como “caso testigo” de otra forma de gestión; y no como socia de las grandes compañías internacionales. Aspecto de suma importancia, en un país con muchos climas distintos y con una industria y un comercio que necesitan gas y electricidad, para poder trabajar. Otro aspecto del mismo dilema – mercado interno vs exportación – que venimos arrastrando sin solución de continuidad, desde hace décadas. No es posible ver los recursos naturales como herramientas para la extracción y fuga de capitales, en vez de considerarlos como una palanca del desarrollo nacional.
SISTEMA FINANCIERO
Por otro lado, urge disciplinar y ordenar el sistema bancario y financiero, para que el crédito se oriente de modo distinto, favoreciendo a sectores generadores de puestos de trabajo formales. La Ley de 1977, sancionada por la Dictadura y pergeñada por José Alfredo Martínez de Hoz y sus secuaces de la Escuela de Chicago; debe ser revisada y aún mejor derogada, y sustituida por otra que suministre mecanismos alternativos de control, sanción y combate franco al lavado de activos, la evasión y elusión de impuestos, terminando con la impunidad de los ricos y grabando la renta especulativa, en lugar del Trabajo y el Consumo.
EDUCACIÓN
Pero tampoco, se podrá justificar por mucho tiempo, la ausencia de un Modelo Educativo que contemple a la Nación como objeto de sus afanes; y que rompa con la matriz liberal progresista, que concibe a la formación, como una herramienta para el progreso individual. Escuelas y universidades públicas, deben estar, por el contrario, integradas dentro de un formato de Estado y de Sociedad, pensado estratégicamente. Motor del desarrollo productivo, la Educación lo es también del progreso nacional, patrióticamente orientado; dentro de un Mundo diverso y plural, de identidades difusas. La matriz pensada y construida en el siglo XIX por Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca; y retocada por el Peronismo durante las décadas de 1940 y 1950, ya no sirve y es obsoleta, pues responde a un contexto muy distinto, que para bien o para mal, ya es Historia.
Estos son algunos trazos – iniciales apenas – para un debate impostergable y sumamente necesario. Acumular votos, es el primer paso para transformar la realidad en una Democracia; pero hay que saber previamente, en qué sentido hacerlo, con que direccionalidad. “Insistir con los mismos métodos - decía un físico notable – conduce siempre a los mismos resultados”. El Desarrollo es un problema político y, en consecuencia, ético y práctico a un tiempo. Requiere de coraje, inteligencia y una voluntad orientada por la información, la reflexión y por una fuerte identidad colectiva, que lo haga posible y sustentable.