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Cambios en el sistema Capitalista y la crisis del Estado benefactor

Por Jorge Osvaldo Furman


El Fin de las Esperanzas.

El texto que presentamos, es parte de una ponencia presentada por el autor y por nuestro Director, Silvano Pascuzzo, al Congreso Nacional de Ciencia Política; organizado por la Sociedad Argentina de Ciencia Política (SAAP); en Noviembre de 2001, en Río Cuarto, Provincia de Córdoba: La Argentina y Sudamérica, Frente al Desafío de la Mundialización

Los acontecimientos que signaron la “Edad de Oro” del Capitalismo y la Democracia Liberal en el Occidente desarrollado, se encontraban respaldados por una productividad vigorosa y un aumento descomunal de la riqueza. Eran manifestaciones de unas transformaciones muy profundas del Mundo; caracterizada por una vigorosa crisis de valores y principios ideológicos que habían guiado a Europa durante 200 años. Se rompían los parámetros de organización de la familia patriarcal, modificando la relación entre los sexos; se transformaba el consumo de la música, el arte y la literatura, junto con su producción. Pero, no obstante, y de modo paradojal, éstas inquietudes nunca pudieron expresarse de forma programática, porque justamente no buscaban el poder político en el sentido clásico, sino que eran la manifestación exterior de una gran insatisfacción con los estrechos marcos que ofrecía la cultura entonces. Insatisfacción con los marcos que ofrecía la cultura entonces, para el desenvolvimiento y el progreso social de amplias capas de población, beneficiadas por años de crecimiento económico y extensión del consumo masivo. En una palabra, era una ruptura: como pocas veces se había visto antes, entre las viejas y las nuevas generaciones, entre los hijos y los padres.

La intervención a Checoslovaquia por parte de la Unión Soviética, por otro lado, ponía en evidencia las contradicciones de las políticas puestas en marcha por el Stalinismo. Emergía de ella, un burdo imperialismo militar, que habría sonrojado a los fundadores del Socialismo ruso, incluyendo a muchos compañeros de Lenin en 1917. Se había sofocado brutalmente una rebelión cuyo objetivo era la construcción de un “Socialismo con rostro humano”; algo realmente terrible para una ideología que se postulaba como la culminación del Humanismo Moderno. Ese era el principal contrasentido del Comunismo internacional, defender una Dictadura, cuando postulaba estar a la cabeza del movimiento progresista mundial.

Ésta crisis se manifestaba, con características muy particulares, en el Tercer Mundo. Exceptuando a América Latina, los demás países de Asia y África recién salían de su etapa colonial. Aún las milenarias culturas de la India y de China, se habían constituido en naciones recién en 1947 y 1949, respectivamente. Después de 1965, aproximadamente, se termina la etapa romántica de la era poscolonial, y esta porción de la Humanidad, ya con nuevas identidades, en muchos casos forzosamente construidas, se incorpora al proceso de modernización económica y globalización capitalista, con mucha fuerza. Estos pueblos pretendían, por otro lado, realizar esto superando lo que consideraban ideologías ya anacrónicas: el Liberalismo y el Marxismo. Pero lo que los datos de la realidad comenzaban a mostrar, en los primeros años de la década de 1970, era que dichos países no conseguían superar al mundo capitalista, ni tampoco al socialismo, en lo económico, en lo social y en lo ideológico; sino que, además, desde el punto de vista político, se refugian en las formas arcaicas de tiranía y despotismo, civil y militar, burocrático y personalista. Inclusive, procesos revolucionarios que, en su momento, parecían anunciar un cambio, se terminan convirtiendo en dictaduras institucionalizadas, como es el caso de México o Cuba, por ejemplo.

En éste contexto, sería importante resumir los hechos realmente relevantes, que tuvieron importancia en la vida de los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la transición entre dos etapas muy definidas de la globalización. Desde el punto de vista geopolítico, como correspondía a una República Imperial, se puede hablar de una decadencia de la potencialidad estadounidense. Porque sería importante diferenciar, la increíble torpeza de sus clases dirigentes, y la enorme pujanza de la sociedad civil norteamericana. Lo que, a contrario de otras etapas históricas, se produce, es la crisis de la sociedad americana como conjunto; y no sólo de sus sectores dirigentes. Los principales hechos que jalonan este proceso son: el síndrome de la Guerra de Vietnam, que pone en tela de juicio muchos valores que se remontaban a los tiempos de los padres fundadores, y aún más allá; el Watergate, una crisis institucional de la Presidencia y de los partidos políticos tradicionales, que puso en tela de juicio el sistema de gobierno, un pilar del espíritu estadounidense; y la devaluación del dólar, que representaba el debilitamiento económico de Norteamérica en la economía internacional. Tres momentos que significan un retroceso evidente de la primacía de la potencia dominante en el Mundo Occidental, desde la posguerra.

Lo cierto es que la mayoría de los pensadores de mediados del siglo XX, se habían llegado a convencer de que el progreso iba a ser indefinido. Estaban seguros de que la crisis iba a ser poco importante, de baja intensidad. Pero lo que realmente estaba ocurriendo, era que el Estado de Bienestar requería, para su sostenimiento, de un crecimiento constante, sustentado en insumos y materias primas baratas o gratuitas. Y justamente, ese puntal se derrumbaría en poco tiempo, cuando el barril de petróleo que valía por entonces 2,40 u$s, subiría casi a 30 u$s. En 1973, se produciría entonces, y a consecuencia de ello, un parate absoluto en la economía global, que propinaría un golpe decisivo a la idea de Progreso lineal; lo que redundaría, en un corto plazo, en un verdadero cambio de época.

Desde un punto de vista productivo y comercial, las implicancias entonces de la crisis petrolera, iban a ser dos. En primer lugar, el desencadenamiento de una inflación que, combinada con recesión – un caso inédito en toda la Historia del Capitalismo Occidental – descolocaría a los especialistas y a los gobiernos, dejándolos sin recetas viables. En segundo lugar, un encarecimiento vertiginoso de la energía aplicada a la elaboración de bienes y a la prestación de servicios, que traería aparejadas unas transformaciones muy importantes en el campo científico tecnológico, particularmente en el área de las comunicaciones, la informática y la electrónica. Los países de la OPEP intentarán utilizar ésta situación y, aunque ciertos estados como Venezuela, con poca población y grandes reservas de crudo, hicieron una gran diferencia; el resultado político fue magro. El problema estaba, sin embargo, en el desemboque de los dólares percibidos por el aumento desmesurado del petróleo, en países con escasa capacidad de consumo interno. Ese dinero llegaba a los mercados financieros mundiales, y los inundaba, dando origen a una gran liquidez y a una abundancia de crédito barato, que llevará a la transnacionalización de la economía. Se iba a producir así, un crecimiento deforme y anárquico del sector financiero, con respecto a los sectores industrial y comercial, que terminará condicionando su desarrollo en el futuro.

De esta manera, acontecimientos verdaderamente revolucionarios iban a desembocar, en 1975, en una crisis sistémica, que paralizó la industria norteamericana y europea, sin afectar los niveles relativos de productividad y de desarrollo tecnológico aplicado. Si, en 1930, el Capitalismo se achicaba; en 1975, adquiría dimensiones verdaderamente globales en el área financiera y de las comunicaciones, traccionando, tras de sí, al resto de los sectores.

Iba a comenzar, de esta manera, la crisis del Estado de Bienestar y la destrucción del pleno empleo y de los equilibrios logrados en la relación entre empresas, sindicatos y gobiernos. Aquí se puede identificar, un cambio en los componentes hegemónicos, en su mentalidad, sus valores, su ética y, sobre todo, en su apreciación del Estado y de la Nación. La crisis fue de un tipo de crecimiento y de un modo específico de acumulación.

El proceso iniciado en 1975 produjo, colateralmente, la desaparición del Segundo Mundo – el del Socialismo Real – y el estrangulamiento del Tercero. Desde un punto de vista económico, al terminar la década de 1970, los estudiosos analizaban las relaciones entre la inversión, el empleo, el consumo y el desarrollo, con perplejidad y desconcierto. Había cambiado la lógica de funcionamiento del Capitalismo, que ahora podía prescindir, en su marcha ascendente, no sólo del capital humano, sino de los marcos institucionales que lo protegían de las arbitrariedades e incertidumbres generadas por el Mercado.

Desde entonces hasta hoy, el Capitalismo no respetaría las jurisdicciones nacionales, no sólo porque la nación, con sus controles, estaba limitando el poder de sus sectores más dinámicos; sino porque ya no necesitaban del Estado para expandir su influencia mundial. Con la transnacionalización, el sistema comienza a ver a la Política como un limitante y un dispensador de los recursos de la economía. El avance tecnológico y las empresas multinacionales, romperían los límites estrechos de un Capitalismo Humanizado, generando nuevas asimetrías y desigualdades.

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