Por Alejandra López (psicóloga y docente). El odio llegó poder e instauró una maquinaria de destrucción de políticas públicas a gran escala. La demolición social, carente de empatía y apego hacia el otro, se hizo política de Estado. El constante regodeo en los despidos, el recorte a los jubilados, con agasajos a los “87 héroes”, según la denominación que les brindó el presidente Javier Milei a los Diputados que avalaron su veto, y la desfinanciación de la educación, que alcanzó al 40,2% en 2024, son festejadas en redes por funcionarios de dudoso currículum y prontuario.
Por Alejandra López. El goce del despido.
El Gobierno instaló con éxito una narrativa contra las políticas públicas en las que busca patentar una nueva razón del mundo, creando nuevas significaciones totalmente distintas a las conocidas hasta la actualidad en la vida sociopolítica. Entonces, las concepciones de Democracia, trabajo, derechos humanos, vida, familia y libertad son resignificadas por el relato libertario.
Parafraseando a Jacques Lacan, el discurso antipolíticas públicas plantea un goce regulado en el que se promueve un goce sin lazo, desvitalizando en la sociedad el lazo social y promoviendo en aislamiento. Es un goce sin fin en detrimento de la comunidad y del intercambio social.
Con cada despertar aparece nuevas medidas que generan más pérdidas de derechos laborales y sociales. El vocero del ajuste, Manuel Adorni, dibuja números en sus conferencias de prensa como si buscara ganar un Nobel en Dibujo y Pintura (para su mala suerte, eso no existe).
El manual comunicacional del Gobierno, digitado por el omnipresente Santiago Caputo, se sustenta en la obra “El mago del Kremlin”, de Giuliano Da Empoli. Allí marca la táctica de difusión de contenidos: no importa si los argumentos son verdaderos o falsos, sino que la intención es generar enojo y retorcer a la opinión pública en un sentido y el otro. El manejo de las emociones aparece como un elemento fundamental en la estrategia del Ejecutivo.
Las políticas implementadas en estos meses se construyen con una velocidad inmediata y de forma voraz. Hay un exceso de liberalismo, que anula el tiempo que requieren los procesos democráticos en las tomas de decisiones. En esa velocidad el Gobierno dejó sin trabajo a más de 655.000 personas. El salario mínimo en los primeros nueve meses cayó el 26.5% mientras que el 52,9% de la población argentina cayó debajo de la línea de la pobreza y el 18,1% en la línea de la indigencia.
La política tiene instrumentos nobles, pero ahogar económicamente a un rival, en un contexto de crisis social, es una herramienta canallesca, ya que provoca el sufrimiento del Pueblo. Ahora, si esa angustia provoca placer en quien digita los destinos de la nación el panorama se vuelve oscuro.
De esta forma, la política queda amordazada para marcar el tiempo de los cambios sociales. Está praxis metodológica, instaurada desde el gobierno libertario, posibilita que los sujetos en la sociedad queden desamarrado, desanclado, de su conciencia e inscripción de pertenencia.
En estos diez meses de Gobierno dejó claro algo: el exceso de liberalismo trajo aparejado el aumento de las desigualdades. Se destruyen los bienes comunes, se arrasa el rol del Estado, el Patrimonio Nacional, se esterilizan las demandas populares y se rompe cualquier faro o mojón que actúe como regulación.
En términos subjetivos, o psíquicos, se expresa en un incremento de la pulsión de muerte (thanatos) y la liberación de energía afectiva, como el odio, la angustia, la ira. Éric Sadin, filósofo francés, dice que el resultado del exceso del liberalismo genera una nueva ingeniería social y también nuevas condiciones civilizatorias en las que va a venir un sujeto tirano/un sujeto atomizado.
En una línea similar, Norberto Bobbio alertó sobre los riesgos del fascismo, que tenía como fórmula política acusar, insultar y agredir, porque su único objetivo era la maldad