Por Silvano Pascuzzo
Ocurrió lo peor. El gobierno popular más exitoso de Sudamérica, cayó derribado por un golpe cívico militar. Atónitos, asistimos al final – veremos si definitivo – del único intento serio de hacer de Bolivia, un país más justo y democrático. Más allá de imperfecciones, errores e incluso inconsistencias, el “Movimiento al Socialismo” hizo en éste hermano país, cambios que nadie había hecho antes convirtiendo a un grupo de personas empobrecidas y explotadas, en un colectivo de lucha, dispuesto a obtener derechos para los que siempre habían sido derrotados.
Será entonces pertinente observar algunos signos inquietantes, peligrosos. Bolivia nos muestra, ante todo, que existe una minoría dispuesta a escuchar y a apoyar políticas racistas, autoritarias, perversamente represivas. Una cantidad de mujeres y de hombres, portadores de un odio irracional, hacia lo que temen y no alcanzan a comprender. Gente pobre que identifica a los otros pobres, como a los causantes de su pobreza; gente de origen mestizo o aborigen, que se concibe “culturalmente blanca”; gente brutal, que desea que la golpiza y la represión de los otros, sea el remedio apto, para todo conflicto.
También, es claro, que la “democracia de partidos”, eso que los politólogos han llamado la “Poliarquía”, está transitando hoy una crisis profunda en todo el planeta; asesinada por sus supuestos defensores: un periodismo canalla, ignaro, simplista y xenófobo; un sistema judicial corrupto y una clase política vendida a las trasnacionales y al poder financiero globalizado. En pocas palabras, está mutando hacia un régimen faccioso y oligárquico, muy alejado de la naif visión de los manuales de Derecho Constitucional.
Cómo complemento, los servicios de inteligencia, la policía y las fuerzas armadas, cumpliendo el papel que siempre han cumplido entre nosotros; el de instrumentos al servicio de los sectores dominantes. Y junto a ellas, un conglomerado de iglesias evangélicas y movimientos católicos integristas, de enorme influencia entre amplias capas de la población. Ver una vez más, a un general del Ejército, pidiéndole a un Presidente civil la renuncia, es algo doloroso, frustrante y obliga a repensar el rol que deberán cumplir en el futuro, estructuras represivas y autoritarias, absolutamente inútiles para desempeñar su rol específico de la defensa de la soberanía nacional, pero siempre listas para asesinar a sus pueblos.
Y finalmente, los Estados Unidos, aportando mucho para la consumación de éste trágico resultado. Una República Imperial, que pierde su hegemonía en manos de rusos y chinos, y que busca en América Latina, la construcción de un ghetto propio, capaz de ayudarla a sostener sus ambiciones en un mundo que se transforma vertiginosamente. Su intervencionismo – por ahora disimulado detrás de la OEA, el BM y el FMI – es claro, evidente, prístino.
Frente a éste brutal bloque de poder, las fuerzas nacionales y populares, deben tomar conciencia de los desafíos y peligros que afrontarán en los próximos años. En la tarea de reorganizarse, tendrán que entender que sin “organización comunitaria” no habrá conciencia colectiva; y que sin ella, no existirá nunca una contra hegemonía que pueda con éxito, disputar el poder al aparato cultural de dominación oligárquica: el Neoliberalismo. Luego tienen que entender que el Estado está para usarlo, y que una de sus funciones básicas, es la de ejercer la “violencia legítima”, aislando a los facciosos y golpistas del resto de la población, detectando sus reacciones desestabilizadoras, para caerles con todo el peso de la Ley encima; preservando con ello la legitimidad del sistema democrático.
Es por ello que, cómo dijéramos ya en un artículo anterior, es necesario recuperar una mirada estratégica, de largo plazo, que ubique la lucha de los pueblos por su dignidad, en una dimensión histórica. Las derechas se sienten amenazadas por unas masas combativas y demandantes de igualdad efectiva.
Avisoran que ya no será posible mantener su dominio a costa de la inercia y la exclusión de las mayorías. La violenta respuesta que desde Colombia a Ecuador y desde Chile a Bolivia, han implementado en los últimos años, sólo puede combatirse y derrotarse, con la fuerza de un pueblo dispuesto a defender sus conquistas, más acá o más allá de los buenos modales.
Winston Churchill dijo una vez que: “a los malvados, no puede combatírselos con preces al Altísimo”. Tenía razón. Nuestro continente enfrenta hoy un momento crítico, en el que se define el perfil de nuestras sociedades, al menos en la próxima década. Ganar elecciones es el primer paso, después viene lo fundamental; impedir el autoritarismo, el racismo y la hegemonía de una minoría facciosa de privilegiados, a los efectos de construir una sociedad más justa y más igualitaria. Sin poder popular, no habrá Democracia, no habrá verdadera Libertad, no habrá futuro. El tiempo de asumir esa verdad ineluctable, ha llegado. El conformismo, la tibieza y una falsa moderación, pueden abrir la puerta del infierno tan temido.