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El Mito de la Argentina Próspera

Por Silvano Pascuzzo. Pensar la Argentina, no siempre ha sido, una tarea fácil. Nuestro país – como muchos otros – ha sufrido, desde su origen, profundas y grandes crisis, que han afectado su desarrollo histórico y su devenir político y social. Suele creerse, que esto ha sido patrimonio solamente de un período más o menos prolongado del siglo XX; pero, ya en el siglo XIX, es posible detectar las huellas de un conjunto de determinaciones estructurales, muchas veces escasamente estudiadas y muy poco conocidas, desde por lo menos 1850.



Del Paraíso perdido, al desvío populista.

Los liberales, en su afán por imponer la idea del Progreso, luego de la caída de Don Juan Manuel de Rosas, nos trasmitieron a través de diversos mecanismos, la presunción de que el llamado: Modelo Agro Exportador, había comenzado su vigencia con escasos tropiezos y resultados asombrosamente positivos. Sus apologistas – los de la derecha y los de la izquierda – continuaron por ese camino, dando forma al Mito de la Argentina próspera, del Ochenta al Centenario; fábula poderosa, pétrea en su gran perdurabilidad y muy determinante en la formación ideológica, no sólo de las élites, sino también, de las masas; en especial, de las numerosas clases medias de los grandes centros urbanos. En síntesis, uno de los pilares de su hegemonía social y política, tal y como lo señalara en su oportunidad, Don Arturo Jauretche, en El Medio Pelo en la Sociedad Argentina.

Los presupuestos de esa Leyenda, han sido básicamente dos: los beneficios de la apertura al Mundo, en los términos fijados por la División Internacional del Trabajo, enunciada por Adam Smith en su famosa obra de 1776: La Riqueza de las Naciones; y por David Ricardo en: Principios de Economía Política y Tributación, de 1817; así como la proyección estratégica de un Modelo de Desarrollo centrado en: la libre entrada de inmigrantes, capitales e inversiones extranjeros, junto con la defensa cerrada de los Derechos Civiles consagrados por la Constitución de 1853, en su Artículo 14.

Pero lo cierto es que, ese relato carece – y ha carecido siempre – de veracidad y rigor históricos. En primer lugar, porque el modelo de complementación económica con Europa – y especialmente con la Gran Bretaña – nunca pudo funcionar de modo estable y duradero, sin tener que enfrentar crisis como las de 1880 o 1914, que obturaron e interrumpieron el crecimiento macroeconómico con depresiones muy fuertes, y con su respectivo correlato de desocupación, miseria y hambre. Un esquema económico endeble, frágil y sobre todo, demasiado dependiente de los vientos huracanados procedentes del exterior. Por otro lado, unas instituciones poco transparentes, cruzadas por el fraude, el nepotismo y la violencia, generadoras de una fenomenal Ilegitimidad, por fuera de los círculos de poder locales e internacionales. Revoluciones y golpes de Estado fallidos, transitaron la construcción de las mismas y su supuesta consolidación, en 1874. 1880. 1890, 1893, 1905 y 1919, respectivamente; con Fuerzas Armadas involucradas en la política y un Movimiento Obrero ajeno a la competencia partidaria y a la puja electoral.


Altivos y arrogantes, los defensores del Mito Liberal, pusieron sobre el tapete, las aristas menos controversiales de su Modelo de Desarrollo, presentadas como idílicas y armónicas en su despliegue espacio temporal. Los datos empíricos – los hechos – no han dejado de desmentirlos, una y otra vez, explicitando aspectos oscuros y desconocidos de aquellos años fundacionales, llenos de desórdenes, conflictos y fuertes contradicciones entre grupos y sectores. Manifestaciones todas, de enormes asincronías y desajustes; más que de consensos y pletóricas abundancias.

Siempre resonará trágicamente en nuestros oídos, el discurso falso, monocorde y unilateral, de José Alfredo Martínez de Hoz, el 3 de abril de 1976; acusando al Estatismo Socializante, surgido de la crisis de 1930, de ser el causante de todos y cada uno de los tremendos fracasos del país agro exportador y colonizado, que él mismo, representará tan bien. Un relato que nos ha perseguido, aún después de termina la Dictadura Genocida, como un lastre, impactando sobre la mente y los corazones de millones de hombres y mujeres, convencidos de que el Estado y el Populismo, han desviado a la Argentina de un seguro remanso de Paz y Libertad. Es imprescindible entonces, no sólo negar tales aseveraciones, sino vincularlas con el Presente, de modo claro y efectivo.

Nuestra inestabilidad económica y social, es hija de un modelo especulativo que ha priorizado la especial virtud que detenta el Capitalismo Financiero: su capacidad para hacer en meses, lo que el trabajo productivo haría en décadas. Cortoplacista, la mentalidad predominante en nuestro país, no confía en las potencialidades nacionales, ni en la fuerza organizativa de nuestro Pueblo. Elude y evade, fuga, corrompe e influye; pero no lidera cambios profundos, ni epopeyas de largo aliento. Nuestras élites son rapaces y ventajeras, nerviosa y rabiosamente cipayas, oportunistas y egoistas; sólo saben jugar – en los términos de Aristóteles – a ser una Aristocracia, pero apenas demuestran ser, en los hechos, una Oligarquía.

Han dado nacimiento pues, a un tipo de Desarrollo centralista, inorgánico, rebelde a los controles públicos; endémicamente vinculado a las prácticas más inmorales, corruptas, y hasta mafiosas. La Historia Argentina desde 1850, exuda un turbio aroma a inconfesables prácticas de acumulación de riqueza y poder, ajenas a todo sentimiento colectivo, a toda cosmovisión nacional. No ha sido entonces el Peronismo el padre putativo de esa sociedad anómica y cruzada por iniquidades y violencias; sino el Liberalismo decimonónico, desde Mitre hasta Castillo, y aún más allá.

Tal vez las asíncronias entre potencialidades y resultados, tan típicas de la República Argentina – pero no su patrimonio exclusivo – pueden vincularse al simplismo con el que los hombres del siglo XIX, miraron el Mundo crecientemente integrado de aquella época. O también a su falta de realismo ante los inocultables desafíos de una Economía demasiado primarizada en su estructura, como para ser estable en medio de la industrialización y el desarrollo tecnológico globales. Ya en 1890, preclaros exponentes del Régimen, como Carlos Pellegrini o Vicente Fidel López, denunciaron la matriz endeble, frágil y dependiente del aparato productivo local; hecho que, en 1914, con la crisis del Imperialismo Británico durante la Gran Guerra, se hizo inocultable.

No ha sido el Peronismo pues, una desviación anómala del destino provisional de la República Liberal de 1853; sino un intento - imperfecto quizás, incluso insuficiente – de corregirla. En 1945, el Mundo había cambiado, América Latina se había transformado, y la sociedad pedía otras cosas, exigía respuestas novedosas a viejos y rancios problemas. Perón fue el producto de ese descontento sordo, subterráneo, pero poderoso, que estaba en el aire desde hacía mucho tiempo. La Argentina Liberal había muerto, atenazada por sus propios defectos, y por la marcha indetenible de un nuevo modelo de organización económica, política y social.

Desde entonces buscamos una respuesta válida, segura, acertada, al cataclismo en que el Mito de la Argentina Próspera se hundió; sin éxito, a los tumbos, entre muertos, sangre y algunos aciertos menores. Necesitamos hoy, pensar el país integralmente, construir una mayoría sólida e integrada, observar la Política Exterior con pragmatismo, pero también con un sano Nacionalismo. Necesitamos, en una palabra, no sólo derrumbar un Mito, sino al mismo tiempo, construir en su lugar, una Patria que nos cobije a todos y todas, y haga posible cumplir nuestros sueños.



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