Por Matias Slodky
El tan renombrado término, neoliberalismo, se nos presenta como algo común en nuestro lenguaje, pero ¿a que nos referimos cuando lo empleamos? Quizás a una política de Estado o a un modelo económico o, a lo mejor, a un tipo de negocio realizado por las elites sociales y económicas. Estas rápidas respuestas ofrecen un gran acercamiento a la esencia del término aunque, a mi juicio, el neoliberalismo representa una ideología que intenta abarcar múltiples aspectos de la sociedad, entre los que se hallan la economía y la política.
En esta ocasión, no se intentará definir el término neoliberalismo ni se hará un rastreo historiográfico para buscar sus fuentes; el propósito de este breve artículo será identificar, en la medida que se pueda, la relación del neoliberalismo y su discurso falaz “anti” política, individualista, económico y ortodoxo, con la crisis de legitimidad, en su sistema político, que sufren varios países que aplicaron constantemente este “modelo”, como es el caso argentino.
Sírvase de ejemplo para lo mencionado los hechos de aquel diciembre del 2001, donde la grave crisis económica y social arrojó consigo un profundo vacío de legitimidad y liderazgo, no solo por la renuncia del expresidente Fernando de la Rúa, sino porque la aplicación ininterrumpida de la lógica neoliberal por más de quince años consolidó un gran distanciamiento entre la política y sus dirigentes con el pueblo argentino; a su vez, esta crisis de legitimidad impulsó que los liderazgos personalistas, encarnado en la figura del presidente, muestren una gran debilidad a la hora de ejercer el Ejecutivo, teniendo en cuenta que nuestra región concentra, en su mayoría, la suma del poder público en el Presidente. Por lo tanto, la debilidad del mandatario es crítica para la conducción política: fue el caso de Alfonsín en sus últimos años, con un plan íntegramente ortodoxo y de ajuste, el del mencionado De la Rúa, y fue también observable en el caso del presidente saliente Mauricio Macri, a partir de principios del 2018, cuando su debilidad institucional comenzó a acrecentarse a pasos vertiginosos.
Los ejemplos recién nombrados aplicaron medidas de carácter neoliberal, aunque también es interesante analizar por qué, en el caso de la Dictadura asesina y terrorista del ‘76 al ‘83, este proceso de crisis de legitimidad no ocurrió hasta sus últimos años, o porque tampoco sucedió en el gobierno de Carlos Saúl Menem, a pesar de aplicar medidas netamente neoliberales. En el caso de la Dictadura, la legitimidad se auspiciaba mediante el terror o el miedo, por lo que la violencia institucional, como ocurrió en los demás países de Latinoamérica, les permitió aplicar medidas antipopulares, con graves implicancias en nuestra sociedad, desde la desaparición forzada de personas a la destrucción de la matriz productiva Argentina en tan solo 7 años de gobiernos militares. Por otra parte, en el caso del gobierno de Carlos Saúl Menem, la crisis política, institucional y económica que dejó servida el gobierno de Ricardo Alfonsín en 1989, permitió que Menem, con la ayuda del Partido Justicialista en su primer presidencia, construyera y sostuviera su legitimidad y liderazgo, ya que importantes sectores populares avalaron el gobierno de Menem, a pesar de aplicar medidas ortodoxas y neoliberales; posteriormente, parte de estos sectores populares y del Partido Justicialista, quitaron su aval al gobierno de Menem, pero cualquier crítica de fondo a este modelo neoliberal era inmediatamente descalificada por las autoridades y su cohorte de gurúes y opinadores, entre los que se encontraban grandes sectores oligárquicos y concentrados de nuestra economía, que habían pactado con el menemismo. Es decir que parte del partido justicialista sirvió de legitimador popular para aplicar las medidas neoliberales del menemismo.
Ahora bien, al comienzo del artículo detallé que el neoliberalismo corresponde a una ideología con un discurso que resalta cuestiones como el individualismo feroz, la necesidad imperante de administrar el Estado como un ente privado, el traspaso a un nuevo tipo de capitalismo, porque el anterior es “corrupto”, “inflacionario”, “agranda el gasto público”, entre otras cosas. Pero lo que realmente profundiza el neoliberalismo, es impartirnos una ideología empírica y científica; por lo tanto, sus enunciados parecen ser obvios y necesarios, ya que naturalmente están probados y funcionan en cualquier contexto donde se los utilice. Pero los defensores e impartidores de esta doctrina se exhiben de tal forma que niegan que sea una ideología; es decir que, detrás de esta ideología, que sabemos que es el neoliberalismo, ésta a su vez se presenta como una “no” ideología ya que como mencionamos, “es científica”.
No es curioso que el neoliberalismo se declare en contra de “hacer política”, debido a que, según este paradigma, la política es “corrupta y parasitaria per se”. La misma debe desaparecer, ya que sólo es una laguna de políticos vividores y oscurantistas. Este enunciado tiene un gran potencial, ya que vastos sectores de la sociedad han adquirido este pensamiento sobre la política, desde que el neoliberalismo alcanzó su hegemonía a partir de los ‘70; esta es una de las grandes causas de pérdida de legitimidad de la política frente grandes sectores del electorado, el cual, volviendo al caso argentino del 2001, reclamaba, con total desconfianza en la política, “que se vayan todos”. En este sentido, el neoliberalismo en nuestra región, y en países europeos o mismo en Estados Unidos, profundizó la masa de electores fluctuantes – los cuales no poseen, de por sí, ideología propia, sino que su voto varía de acuerdo al primer candidato que logre “atrapar” su voto, sumando a esto la la fragilidad y dominación que imparten los poderes fácticos, como los medios de comunicación-. Este es el electorado que, al día de hoy, posee en sus manos la capacidad de decidir el futuro de las elecciones en varios países y que, lamentablemente, se acrecienta durante la deslegitimación y distancia de la política con el pueblo.
Siguiendo con esta lógica, es necesario desmentir el verso neoliberal antes nombrado. El neoliberalismo necesita, no sólo a la política, sino al Estado para aplicar su modelo de negocio por lo que requiere, para esto, una gran injerencia del Estado, ya que la desregulación de la balanza de pagos, la toma de deuda, las privatizaciones y el ajuste social demandan políticas concretas para llevarlas a cabo.
Por lo tanto, encontramos una gran falacia en su poder discursivo porque, a fin de cuentas, la apertura del mercado que tanto demandan solo se comporta como una especie de chiste, al momento de subsidiar, beneficiar y transferir dinero a las oligarquías nacionales e internacionales, a través de la toma y fuga de deuda, concentración del mercado y beneficios impositivos.
Es indudable que el neoliberalismo necesita a la política a fin de cuentas, a pesar de lo que mencionó el ex-presidente Macri en su último discurso, en el que expresó: “Nosotros nunca vinimos a hacer política”; frase que representa, en su totalidad, al neoliberalismo: un discurso que deslegitima a la política y al Estado, ocultando detrás del mismo una ideología concreta que para nada es científica, que en la realidad es imposible de hallar y que choca sistemáticamente la calesita cuando es aplicada. No olvidemos que Macri y su familia ha permanecido debajo del pecho del Estado desde los tiempos de la Dictadura, siendo parasitariamente subsidiado por el mismo.
A fin de cuentas, a lo que teme el neoliberalismo no es al Estado y a la política, sino que teme a la utilización de esos elementos como herramientas colectivas y sociales, capaces de transformar y legitimar al pueblo con la política. Ya que, lo que obvia ver el neoliberalismo, es que la legitimidad siempre es a dos puntas, entre su dirigente o líder y el pueblo que lo sostiene. No es casual que el peronismo en el ‘45 halla nacido de esa manera, o mismo el Kirchnerismo que, luego del 2001-2002, logró, a través de los años, conseguir una legitimidad propia utilizando esta fórmula. Más en los tiempos que hoy transcurren en nuestro país, donde parece imperante recuperar lo que el macrismo quiso destruir; El Estado como motor de transformación colectiva, pero en un nuevo contexto, donde la verdadera rivalidad que se expresa es entre las élites y los pueblos que desean quitarse el yugo de quien los intenta dominar.