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El Tiempo se Acaba

Por Silvano Pascuzzo. El tiempo se va agotando. La crisis mundial que no termina – es una crisis del Capitalismo cómo sistema global, y de su correlato político, la Democracia – nos impone a los argentinos, con enorme crudeza, grandes determinaciones y limitaciones, que estamos en la obligación de afrontar, administrar y superar. La cobardía, la inacción, las soluciones a medias, son las que han imperado – con algunas pocas excepciones – desde 1983 hasta la fecha.



Medramos en un ambiente de intrigas, lucro, superficialidad y corrupción, que tiene el agregado de estar legitimado y/o tolerado, por millones de votantes que se quejan por las consecuencias que los actos de sus representantes generan, sin comprometerse con nada ni con nadie, en un individualismo abstruso, impenitente y ciego. El Poder saquea, los ciudadanos lo permitimos, o incluso ignoramos los mecanismos sutiles, pero no menos reales, que lo posibilitan y lo hacen efectivo y endiabladamente eficaz.


La Derecha – el cuco con el que la progresía nos quiere asustar – tiene un “Programa” y una “Ideología”, además de los medios materiales para perseguir exitosamente sus fines. Todo el andamiaje institucional y publicitario que tiene a disposición, es el producto de un esfuerzo intelectivo y práctico, desarrollado por sus personeros y dirigentes, a lo largo de siglos. Las clases dominantes y las élites saben muy bien que sus intereses se defienden mejor, en medio del ruido mediático y el confusionismo popular. Como decía Hegel: “el esclavo es esclavo, en tanto cree que serlo es justo y necesario, además de inevitable”. Convencer, persuadir; y también mentir y confundir; son parte esencial de la lucha política. Eso no es novedad. Es, por el contrario, la regla, la costumbre, el problema a afrontar y superar, por quienes somos las víctimas del expolio y la explotación.


Julio Anguita, ex coordinador general de Izquierda Unida en la España de Felipe González y José María Aznar, solía decir que: “Estudiar, formarse, intentar preguntar lo que se ignora, es el principio de todo proceso de lucha y de liberación”. El viejo militante comunista – desaparecido desgraciadamente hace muy poco – tenía razón. Es la pereza, la falta de compromiso, la abulia y el desencanto, lo que da pie a las iniquidades de los poderosos, de los estafadores, especuladores, evasores y corruptos. El campo popular – el Pueblo – si no se organiza, si no se junta, si no construye solidaridad mientras modela Poder Alternativo, no tiene derecho a quejarse. Las conquistas se consiguen luchando, y se defienden, también luchando. No hay equilibrio en asuntos de dominación, hay avance o retroceso. El acuerdo, el consenso, son tácticos, no estratégicos. Al igual que en la Guerra, un alto el fuego, no es lo mismo, que un Tratado de Paz.


El Peronismo hace tiempo que ha dejado – dolorosamente lo decimos – de ser un Movimiento de Liberación Nacional. Es, a todas luces, una recua de burócratas, operadores y candidatos, sin programa, sin proyecto, sin Doctrina. Ni siquiera es un Partido Político Liberal, de esos que Giovanni Sartori ponderaba, en los años 60, como la estructura más representativa de la Democracia de post guerra. No tiene afiliados, ni militancia, ni elecciones internas. Sus estatutos son pisoteados, manoseados, por un reducido grupo de sujetos – masculinos y femeninos – que se aferran a cargos y candidaturas, para vivir del Estado, con poco esfuerzo y muchos privilegios. Que esto lo diga un payaso como Javier Milei, no significa que no sea verdad.


Todos los errores cometidos desde 2011 – desde la muerte de Kirchner – son el producto del respeto reverencial de quienes decían enfrentar a los “poderes fácticos”, por las formas institucionales que esos mismos “poderes fácticos” han creado para construir hegemonía. Las declamaciones, los eslóganes, son útiles si van acompañados de representación popular organizada. Y eso no se hizo, ni se está haciendo. El territorio es un lugar para la dádiva y el clientelismo, cuando no, para la corrupción y la prebenda; el Estado un pagador serial al sistema financiero, de deudas ilegitimas sucesivamente reconocidas, por quienes dicen repudiarlas, y un proveedor de “planes sociales” a supuestos “sectores no favorecidos y vulnerables”, a los que no se anima a llamar por su verdadero nombre: pobres y excluidos, por último, los sindicatos, son maquinarias burocráticas de cuadros, orientadas a la prestación de servicios sociales y de salud, que han abandonado – hay excepciones claro, y muy honrosas – su espíritu transformador y reivindicativo.


Y también existe – no olvidarlo – una minoría de gente de a pie, violenta, resentida, frustrada y petulantemente ignara, que cree las sandeces simplistas de los medios y se conforma con repetirlas. Una base social activa, en su absoluta falta decoro, compromiso y sensibilidad con el prójimo, que constituye la hueste de unos políticos, periodistas y empresarios, procaces, destemplados y salvajemente entreguistas. Levantarle altares a esa parte de la sociedad, por temor a ofenderla, es un error gravísimo de los sectores nacionales y populares, que debieran confrontarla, aislarla y neutralizarla, por el peso de otra masa de compañeros y compañeras conscientes y organizados. Somos nosotros – y no ellos – los responsables de esa ausencia en el campo de lo público.


Poner el cuerpo, estudiar los problemas, luchar por derechos, predicar con el ejemplo, la sabiduría y la honestidad, perecen cosas de museo; pero son la base “ética” y metodológica de todo proyecto de liberación humana. Que otros hayan matado a Dios, a la Vida y al Hombre, con sus petulancias post modernas y sus sofismas de opereta, no nos libera a nosotros de ser responsables y coherentes. El tiempo se acaba, hay que pasar la página, y ponerse en marcha.

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