Carlos Spadone, empresario y actual presidente de la Cámara Argentino-China, es casi un símbolo del movimiento peronista. Secretario del General Perón desde el año ‘69 hasta su fallecimiento, fue un participante activo dentro de la política del movimiento en esos años. Estuvo presente en el aterrizaje de Perón en su regreso al país, participó en la elección de Cámpora como candidato para las elecciones del ‘73 y fue partícipe del armado de la fórmula Luder-Bittel. Asimismo, fue pionero en la relación de nuestro país con la República Popular China. A continuación, les compartimos la primera parte de la entrevista:
― ¿Cómo inició su militancia dentro del movimiento justicialista?
― En aquel momento había comunas, yo inicié en la comuna de Villa Obrera, Lanús Este. Cuando el gobierno de Frondizi le promete a Perón que pueden hacer elecciones en la provincia de Buenos Aires, empezamos a trabajar; como el partido peronista estaba proscripto, usamos Unión Popular y con Atilio Bramuglia, hijo de aquel gran Ministro de Perón de la primera época, ahí en la calle Las Heras, que era donde estaba su casa, comenzamos a trabajar. Se acercaron otro partidos, estaba Porto con Tres Banderas, y había otros más en aquella época. Bueno, ganamos la elección, los candidatos eran Framini y Anglada y el slogan nuestro era “Framini-Anglada, Perón a la Rosada”. ¿Por qué? Porque realmente, si ganabamos la provincia, podía aterrizar donde quisiera el General y entraba a la provincia.
Cuando fuimos a La Plata, el día que nos tocaba recibir la Casa de Gobierno para empezar a gobernar, nos cagaron a palos y no pudimos entrar. Recuerdo a Framini con esos lentes que tenía, volaron por el aire y, pocos días después, lo derrocan a Frondizi. Una de las causas más importantes era ésta, haber dado elecciones libres para la provincia de Buenos Aires y ganamos nosotros.
Después de eso, vinieron los gobiernos militares. Cuando venían los militares no podías hacer mucho, siempre reunirnos, charlar, seguir con los libros de Perón, con la doctrina. En 1973, cuando vuelve Perón, yo me quedo con Perón en Madrid porque no aspiraba a ser Ministro de nada, se vinieron todos los que tenían los cargos, yo me quedé con él y con Isabel allá el 25 de mayo, que acá se entregaba el gobierno, cuando se habían ganado las elecciones con Cámpora. Cámpora fue presidente gracias a mí porque cuando Perón lo saca a Paladino, por un tema de la entrega del cuerpo de Eva Perón y demás, justo el día 3 de septiembre, un sábado; el 2 entregaron el cuerpo a la noche, el 3 almorzamos en la quinta con el General. Yo tuve ese privilegio siempre, como esta foto que ves acá, siempre una situación de mucho afecto y cariño, y bueno, en ese almuerzo me dice: “Paladino termina acá”. Tanto es así que Paladino, el domingo, viene con el hijo, Juan Domingo se llamaba, para que lo bautizaran, ya era un chico grande, tenía 12 años, y no entró a la quinta.
Eso a mí me dolió mucho porque, pero ahí intervino el Brujo y el Brujo era así. El domingo vinieron las hermanas de Evita, yo las fui a buscar a Barajas, fui con Isabel. Entre Isabel y ellas no había buen clima; yo paré el auto en el medio del camino, las hice bajar a las tres mujeres, y les dije: “tienen que llegar contentas, para ver a Perón y encontrarse con el cuerpo de su hermana”. Y así fue. Vienen todos, ocupan sus lugares, yo vuelvo después.
Cuando vuelve Perón, vuelvo antes y cuando el avión está por los controles de la torre de Carrasco, Montevideo, antes de tomar la torre de Ezeiza, baja una orden que yo le dí al que estaba como presidente previsional, que era el vicepresidente Solano Lima, que Perón no podía bajar en Ezeiza. Solano Lima a mí me tenía una confianza tremenda, porque yo traía cartas de Perón abiertas y llevaba también, sabían de mi gran amistad al lado del General y de mi gran confianza con todo lo que se hacía. Entonces, cuando yo le dije que había que desviar el avión, porque habían entrado 30 francotiradores, no el disturbio que se armó en Ezeiza, esto es una cosa distinta. Ahora se está hablando de eso, el otro día leí una nota que hablaba de los francotiradores que estaban en Ezeiza. El avión bajó en Morón, estaba yo con una persona que yo llevé, que era Savino, que después fue embajador nuestro en Italia, después vino como Ministro de Defensa. Yo no lo conocía a Savino, lo conocí en la casa de Elio Cohen ese día y fray Pedro Errecart, que si yo le decía que se tirara por la ventana, se tiraba siempre. Ese día no me creyó, creyó que el avión iba a bajar en Ezeiza y no vino; y vino Paladino, que estaba ahí y me dijo “yo te acompaño” y le dije “Bueno, vení”.
Entonces, cuando baja del avión, llega una persona de relaciones institucionales de Aerolíneas, que se llamaba Lartigue; somos tres personas, aterriza el avión, yo subo al avión, adelante está Cámpora y la señora, me abrazan, me agradecen. Cuando lo voy a abrazar al General, medio como que me saca y eso me dió una gran tristeza, bajé del avión y me volví a mi casa en un llanto. Yo dije: “Bueno, el General no entiende”. Pasaron unos días, me llama a Gaspar Campos, y cuando estoy con él a la tarde, porque no estaba López Rega, nos mirábamos, no hablábamos y, en un momento me dice:
―“¿Así que usted decide por mí? ”.
C:“No mi General, como que decido por usted, no sé lo que usted me quiere decir”.
P: “No, porque yo quería estar frente a esos 2 millones de personas que me estaban esperando y darle un saludo a todos, y usted me privó de eso”.
S:“Pero primero su salud, estaba detectado que había 30 francotiradores, lo mataban General”.
P:“¿Y usted que sabe si yo me quería morir ahí?”.
S:“Yo lo quiero vivo, porque usted nos va a ayudar a sacar el país adelante”.
P:“Bueno, yo de esto no me voy a olvidar nunca, lo perdono pero no me voy a olvidar nunca”.
Y así fue.
― ¿Cómo lo conociste a Perón? ¿en qué circunstancias lo conociste?
― Lo conocí en el año ‘69, fui a Madrid ese año con mi hijo Sergio, que tenía 2 años y medio, mi mujer Graciela, el “Negro” Campos, que fue después intendente en San Martín, y mi mamá, que se llamaba Juana Dominga igual que Perón. Mirá que casualidad. Ese día, Perón hablaba más con ella que con nosotros. Eran las 10 de la noche y López Rega estaba furioso, porque a las 8 y media siempre se comía y nosotros seguíamos ahí. Perón estaba muy entusiasmado y ahí hubo una química muy grande entre Perón y yo, y de ahí ya dejé todo y me puse a trabajar con él allá.
― ¿Fuiste por alguna razón en particular?
― No, yo iba con mi madre al pueblo natal de ella, Dogliani, en Piamonte, cerca de la ciudad de Torino, y pasé por ahí con una carta de fray Pedro y cuando leyó la carta, se le caía una lágrima a Perón, porque lo quería mucho al fraile. Fue el que lo hizo casar; por esas cosas de la vida, Perón no llega a firmar, porque no llegó ese día, y 10 días después se casa, pero ese día queda Evita llorando en el altar.
― ¿Y te quedaste ahí?
― Sí, ya prácticamente iba y venía, iba y venía desde el ‘69 hasta el ‘73. Hasta después que vino el nuevo gobierno, tomó el General el nuevo gobierno, yo me vine y pasó lo del avión que cuento. Esta foto es la que simplifica toda la química que teníamos.
― ¿Eso es en Gaspar Campos?
― No, eso es en Madrid, en Puerta de Hierro. Cuando cae el gobierno de Isabel, ella me había propuesto a mí para ser intendente de la Ciudad de Buenos Aires, en diciembre me pidió, y le digo:
― “Señora, en Marzo no hay más gobierno”
I: “¿Cómo me dice eso?”
C: “Porque es así, Martínez de Hoz está en Estados Unidos, el Jefe de Policía suyo, Harguindeguy, la va a traicionar. Esto es así, yo no sé como esto a usted no se lo informan señora.”
I: “No, pero lo que me dice usted no puede ser. Bueno, ¿usted acepta?”
C: “No, no le acepto ser intendente porque vamos a durar 2 meses, ¿para qué?. Mejor, soy joven y me quedo libre para cualquier cosa en el futuro”.
Bueno y así fue, en Marzo cayó. El día que se toma el helicóptero ella viene Papaleo llorando, se cruzó, estábamos en el Ministerio de Trabajo, Unamuno era el Ministro de Trabajo, yo estaba ayudándolo a él.
― ¿Que hacías en el Ministerio de Trabajo?
― Nada, yo nunca tuve un cargo, nunca tuve un sueldo, siempre fui ad honorem.
― ¿Y en el Ministerio de Trabajo con quién estabas?
― Yo estaba, con el quilombo este que se venía, estaba ayudando, estaba ahí apoyando. Y esa noche que estamos ahí, viene Papaleo llorando porque se había ido en helicóptero la señora. Entonces, yo bajo al Salón Azul, donde estaban reunidos todos los sindicalistas, lo tomo a Lorenzo Miguel, agarró el saco que estaba atrás de la silla, y le digo: “Lorenzo, venite conmigo”. Siempre a mí me hicieron caso todos. Y Lorenzo dejó todo, estaban hablando; dejó de hablar y vino conmigo.
Bajamos. Estaba Toscano y Mario, el que manejaba y le digo:
― “Bueno, Mario, vos manejás el coche, Lorenzo viene conmigo, no viene nadie.”
M: “No pero ¿y la custodia?”
C: “No viene nadie, no hay custodia, no viene nadie con nosotros”.
Lorenzo dice: “Haganle caso a Carlos”.
M: “Bueno, pero que venga Toscano”.
C:“Bueno, que venga Toscano”.
Agarramos para el lado de Recoleta, cuando estamos frente al cementerio, yendo por Vicente López, le digo a Mario: “pará acá”. Pero Mario me dice: “Pero no se vé nada, ¿dónde?”. “Acá. Pará acá” le digo. Bajamos con Lorenzo y les digo: “Chau, vayanse” y se fueron.
Yo caminé hasta Pueyrredón, doblé en Pueyrredón, hacía 2 días que yo me había mudado ahí, no tenía teléfono, nada, no sabía nadie que yo me había mudado, por eso era muy seguro llevarlo a Lorenzo MIguel ahí. Durmió con mis dos hijos varones, en la pieza de ellos, estuvo tres días en mi casa y después se quería ir. Me decía: “No mira, me voy, porque un día van a entrar acá y van a matar a toda la familia Carlos”. Entonces le arreglé para que se fuera a Paraguay, los Frutos manejaban allá el tema con Stroessner y me mandaban un avión para que él se fuera. Pero él me dice: “No, yo me quiero quedar, Me interesa quedarme”.
Y así fue como se quedó Lorenzo; el día que lo vienen a buscar, yo estoy con él, ahí en la calle Lima 127. Yo le digo que hay que mudarse, que hay que irse de ahí. Y afuera había una moto, yo le pregunto a Toscano: “¿Cuánto hace que esta esa moto ahí?” y me responde que desde la mañana. Les digo: “Pero ustedes ¿son boludos? Hay un tipo acá de guardia y ustedes están acá, yo me voy a buscar otro lugar”. Y me fui a mi casa, en la calle Catamarca 90, donde yo viví muchos años, donde se hicieron todas las reuniones políticas, porque ya habían ido a esa casa 2 veces después de la noche del golpe. Había un portero, que se llamaba Blanco, y un vecino que se llamaba Negro. Y llegó ahí y estaban Blanco y Negro, y les digo: “¿Qué hacen ustedes acá?”. “No, pasa que han venido dos veces”. Entonces pensé´: “Bueno, acá está seguro”, y entonces lo llevé a Lorenzo ahí.
Cuando estoy por salir, tomo el ascensor abajo, abro el ascensor y veo que están con armas de todo tipo, gente ahí, militares. “¿Qué hago?” dije yo. Y bueno, avancé y cuando avanzo, ya entran ellos, porque Toscano les abre de arriba y entran, me tiran al suelo, se abre mi portafolio y se cae el carnet de periodista que yo tenía que, cuando estaba Otero, reverendo sinvergüenza, no me quiso renovar el carnet. Unamuno me lo renovó, por suerte, y el carnet de periodista ese me salva la vida a mi, a Lorenzo Miguel y a Toscano, porque nos liquidaban. Entonces, cuando estamos en el suelo, el tipo ve el carnet que cae y dice:
―“¿Qué hacen acá?”
C:“No, yo soy periodista, vine a hacer una nota a un pez gordo acá, pero no sé en que piso está”
―“Pez gordo, hijo de puta andate de acá en un segundo”.
Agarró, miraron el carnet, vieron que sí, que era periodista, lo metieron en una bolsa y salgo corriendo.
Salgo corriendo, en la esquina me tomo un colectivo y después siento que venía un tipo gritando “¡Carlitos, Carlitos!” dos o tres cuadras, era un muchacho que estaba siempre en la entrada de la UOM en Cangallo, que estaba con la señora, en un taxi venían de trabajar. Me bajo y le pido si tenía unas monedas para hablar por teléfono; me da unas monedas, voy a un teléfono público y llamo a ciertos amigos y ya sabían, o sea, que lo vendieron amigos [a Lorenzo Miguel]. Así es la política.
Entonces, cuando se lo llevan de ahí, yo no sé que pasó. Cuando yo le quería ir a ver, no podía y cuando sale, lo primero que hace Lorenzo Miguel es ir al teatro. Viene a verme y me dice: “¿Qué pasó?” y yo le cuento todo esto y él me cuenta, que lo sacan de ahí, envuelto en una frazada atada con un cable de velador y lo llevaban. Y lo hacían bajar cada 20 cuadras. Él cree que era por Panamericana, y hacían un simulacro de fusilamiento. Lo ponían y le decían: “Ya está, o nos dice dónde está el periodista y quién es el periodista o lo matamos”. Claro, estos tipos se equivocaron en dejarme ir a mí, me tendrían que haber dejado ahí, llevado a los tres y nos hacían boleta.
― Claro, además debieron haber presumido que si te escapaste, fue por algo.
― Claro, entonces Lorenzo Miguel y yo vivimos gracias a ese carnet de periodista que Otero no me quería dar. Lo cuento en mi libro.
Entonces lo llevan a Campo de Mayo, después de varios simulacros. En Campo de Mayo lo hacen poner de rodillas y venía Harguindeguy de atrás, lo pateaba a él y a Unamuno, siempre diciendo: “¿Dónde está el periodista?”. Lorenzo Miguel, que estaba vendado, se dió cuenta por la voz que era Harguindeguy. Recibo un mensaje, unos días después, de Lorenzo Miguel que me pide si puedo ir a hablar con Massera, para que se lo llevara la Marina y no quedara en el Ejército, porque ahí lo iban a liquidar en cualquier momento. Yo fui a hablar con Massera.
A Massera lo había nombrado Perón por intervención de Lorenzo Miguel, por eso Massera respondió cuando yo fui. Se lo llevaron al barco y después lo llevaron a General Belgrano creo que era.
Cuando sale Lorenzo, me cuenta todo esto y me dice: “Bueno Carlos, tenemos que armar el partido”. Entonces agarra un papel, dibuja una espiral y dice: “No vamos a ir de adentro hacia afuera. Vamos a ir de afuera hacia adentro y armar el partido”.
Y empezamos Lorenzo y yo a convocar gente y armar el partido. El búnker fue mi teatro. Ahí se hizo toda la campaña. Desgraciadamente, perdimos con Alfonsín. Yo fui a China, por eso mi gran llegada como secretario político del partido, no nombrado. Todavía no me habían nombrado pero ya estaba postulado, pero había que cambiar la carta orgánica, cosa que se hizo después, cuando se armó la fórmula Luder-Bittel. La fórmula Luder-Bittel se hizo en mi teatro, es algo largo para contarlo, en mi libro está contado perfecto.
Y así fue como con Alfonsín perdimos y yo me dediqué un poco a empezar a trabajar de vuelta. Con todos los gobiernos peronistas, yo dejaba el trabajo; perdía guita porque yo no hacía negocios con el peronismo. Y gracias a Alfonsín, yo hice la caja PAN 6 años y gané fortuna. Nunca gané tanta plata como con eso.
― ¿Qué hiciste durante la etapa de la dictadura? ¿Pudiste trabajar?
― Siempre volvía al teatro. Nadie me tocó nunca, nunca. Mi carpeta estaba limpia. Un día, yo estoy con Rucci en la FIAT, y justamente acá lo habían matado al presidente de FIAT.
― A Salustro
― A Salustro, sí. Entonces ¿qué pasa?. Un hijo de puta, que estaba muy al lado mío, denuncia que yo tengo un arsenal en mi casa. Años después me enteré quien era, no digo el nombre porque siempre en política es así, te traiciona el que tenés al lado. Y fueron a mi casa, una noche, estaban mis chiquitos y mi mujer, y dieron vuelta la casa, los colchones, los placares, hicieron mierda todo. Y cuando van al escritorio, que ven las cartas de Perón, porque yo le escribía a Perón, dicen: “Puta, acá nos equivocamos con este tipo”.
Y yo llegué dos días después. Cuando yo llegué, bajo del avión y estaba el secretario Lauria, de servicios especiales. Se presenta, yo le digo: “¿qué pasa? ¿me van a detener?”. Y me dice: “Todo lo contrario, vengo a pedirle disculpas, hemos actuado muy mal con usted. Su señora y sus hijos lo están esperando en el VIP, venga al VIP”. Y fui al VIP y bueno, ahí estaban.
Cuando entregaron el cuerpo de Eva Perón, yo hice el acta que realmente vale, que está en el libro. Esa acta yo se la dejé a Perón y apareció el año pasado en un remate en Roma, donde yo compré las agendas que tenía López Rega, que las tengo y que es para hacer un libro; y compré el acta esa.
― Se remataron la agendas
― Se remataron un montón de cosas; entre ellas, esas tres hojas que yo había escrito en aquel momento.
― Es el acta por la entrega del cuerpo
― Claro, yo pongo todo respecto de cómo estaba el cuerpo porque, cuando entregan el cuerpo, hay un acta que no dice nada, dice que entregan todo bien, que había estado en una bóveda. Mentira, estuvo en la tierra. Yo después fui al cementerio en Milano, lo llevé a Papaleo, que era un notero en aquella época, ahí empezó Papaleo, y Papaleo filma, íbamos con una cámara de esas enormes de aquella época, y ahí filma. Estaba el nombre María Maggi Magíster y estaba todavía el foso abierto.
Cuando vuelvo a Argentina, me cita García Enciso a la Casa Militar, era el jefe de la Casa Militar, para ver si todo lo que yo hablaba era verdad. Yo le repito todo lo que yo ví. Le digo: “¿Por qué no me hace entrar al lado, que está el presidente de la Nación?”, me dice: “No, el presidente no está”, y le digo: “Bueno, lo están grabando, después haganselo escuchar”. Nunca me molestó nadie a mí, nunca.
― La relación con López Rega, ¿cómo era? ¿había algún tipo de vínculo?
― Terrible, me odiaba. Yo era el bueno y él era el brujo, me odiaba. En la Navidad que pasé sólo con Perón, que pasé esos 6, 7 días con Perón, me hizo dormir en la cama de López Rega, te imaginas cómo se puso este hijo de puta.
― Más allá de lo que ya se sabe, que es de público conocimiento, ¿qué impresión te generaba a vos personalmente, hoy a la distancia?
― ¿López Rega?
― Sí, ¿cómo lo caracterizarías a López?
― Cuando yo lo conocí, tenía un verso muy interesante, que era convincente. Inclusive yo me peleé un día con Norma Kennedy, que era de armas llevar, y tuvo que intervenir Rucci para hacerle guardar el revólver, porque me peleé mucho defendiendolo a este hijo de puta. Después, cuando me di cuenta lo que era, un día la llamo a Norma, le digo: “Norma, quiero hablar con vos”, “¿Vos podés hablar Conmigo?” me dice, “Si, con vos, porque realmente me equivoqué” y, a partir de ese día, Norma y su hermano fueron los defensores más grandes que yo tenía.
― Y vos me decías que tenía un verso convincente,
― Si, pero después te dabas cuenta que era un loco. Era loco. Era loco y era un imberbe, era un asexual.
― Y cómo explicas, a la distancia, si es que alguna vez lo has pensado, ¿cómo es que le entró a Perón, López Rega?
― Porque estaba el padrastro de Isabel allá, que se llamaba José Cresto. Había tres piezas allá [en Puerta de Hierro], vos subías la escalera, en una dormía José Cresto, al lado dormía su hijastra, porque era el padrastro, Isabel y Perón. Cuando llega allá éste [López Rega], Perón no confía en él, dice: “¿quién es este tipo?. Bueno, que se quede abajo con los sirvientes”. Pero duró dos meses ahí abajo, Don José Cresto se tuvo que volver en barco y él ocupó el lugar de Don José.
Él era el enfermero de Perón, lo asistía. Era un tipo que era enfermero, hizo de enfermero toda su vida. Eso era lo que tenía con Perón. Después, Isabel lo defendía mucho porque era espiritista, como era él, los dos dominaban el espiritismo.
― ¿Y vos crees que, el fondo de la personalidad de López, Perón la conocía?
¿Cómo explicas esa relación?
― Bueno, Perón era un hombre muy inteligente. Siempre hay, al lado de un gran hombre, un Rasputín. Éste era un Rasputín.
― ¿Y vos crees que ahí había una necesidad, de parte de él, de tenerlo al lado?
― Si señor. Era su sirviente y era su enfermero.
― Una necesidad más humana, digamos.
― Si, eso era.