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La demagogia liberal

Por Daniel Barbagelatta

El liberalismo en todos sus sabores (económico, político, progresista, de derecha) ha mostrado una excepcional capacidad para transformarse en sentido común para enormes capas de la población, incluso de pertenencia socioeconómica diversa, incluso de sectores cuya posición objetiva en el espacio social se correspondería con un enfoque bien diferente.


La condición de posibilidad de semejante fenómeno enraíza, como he intentado demostrar en otros textos, nada menos que en los fundamentos ontológicos (y de ellos derivados, los antropológicos) de esa "era del espíritu" que habitualmente llamamos Modernidad.


Como en todo sistema de pensamiento, las conclusiones están contrabandeadas en los presupuestos. Si llegamos a considerar "natural" que lo más conveniente sea no interferir con la "libertad" de los sujetos, es porque interpretamos a "la sociedad” como un rejunte de átomos y a la libertad como un derecho negativo, es decir, "libertad de" y no "libertad para.


En otras palabras, el liberalismo entra como discurso público porque su recepción ya estaba preparada por la estructura filosófica de la forma en que concebimos el mundo.


De esta manera, se articula no solo como sentido común sino como modelo civilizatorio. Las comunidades y Estados que, a lo largo de su historia, se dan más liberalismo, progresan. El futuro es mejor en la medida en que el hombre se emancipe de las ataduras que, por un lado, impiden que se vea a sí mismo como ente autónomo y disgregado de cualquier formación histórica y social y, por otro lado, coartan sus capacidades con obstáculos a la libertad de actualizar sus potencialidades; no es otra la enseñanza kantiana del "sapere aude" de su "¿Qué es la ilustración?".


Ahora, el hecho de que el Sentido (que, recordemos, siempre es colectivo) esté tan bien modelado para acoger el discurso público liberal, hace que los mecanismos de reproducción ideológica y usinas de difusión de ese discurso no hagan otra cosa que ejercer una forma de demagogia ideológica.


El fenómeno demagógico, asociado casi automáticamente por este relato a aquel del Populismo, consistiría fundamentalmente en darles a las personas, en especial a las que no han desarrollado instrumentos intelectuales más sofisticados (y merecen por lo tanto una valoración negativa y hasta peyorativa - el populacho), lo que desean a cambio de su apoyo político.


Para congraciarse con las masas, el populismo regalaría bienes, servicios, elementos necesarios para una elevación de la calidad de vida - derechos, en definitiva. Pues bien, si eso es la demagogia, la del liberalismo es aún más obscena porque se trataría de un chantaje ideológico: no comprar la voluntad a través de la concesión de un derecho material, sino mediante el permiso para reforzar la grilla de inteligibilidad por la que el beneficiario/víctima construye e interpreta el mundo y su lugar en él.


El liberalismo dice lo que el hombre moderno quiere escuchar. Le dice que esos preconceptos que el sentido colectivo moderno sembró en él, que esa subjetividad que él es, son efectivamente así. Reafirma y explicita los conceptos que en él vagamente subyacen por pertenecer a una época histórica y por haber sido expuesto durante toda su vida biológica a los instrumentos de reproducción de ese discurso.


Bajo un barniz de cuestionamientos y rebeldías, el discurso liberal es profundamente conservador: intenta naturalizar formaciones conceptuales que son históricas y, por lo tanto, contingentes (que pueden ser de otro modo). La demagogia liberal le dice al sujeto que tiene razón, que interpretar lo general (la comunidad, la política, el mundo) a partir de categorías emanadas de su experiencia particular como sujeto, es lo correcto. Cualquier juego de conceptos que cuestione los ortodoxos liberales es una amenaza para la libertad del sujeto, perniciosas elucubraciones de quienes quieren quitarle su inalienable derecho (siempre concebido en términos individuales) de moverse y de pensar.


La demagogia liberal es la Inquisición moderna: cuida la ortodoxia y persigue herejías. Con una retórica de individuos iluminados e independientes, mantiene cohesionada una masa a la que le prohíbe cuestionar los axiomas de su doctrina.


El verdadero "sapere aude" de esta etapa histórica del pensamiento de lo político consiste, por el contrario, en atreverse a desnaturalizar el marco conceptual según el cual somos, como sujetos, átomos pre existentes a un corpus de sentido y cuya realización depende de que no haya interferencias a la libertad individual.


Hoy el genuino acto de rebeldía y de búsqueda del progreso consiste en cuestionar un sentido común alimentado y reforzado por el facilismo de la demagogia liberal.




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