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La Quimera de la Unidad. Pueblo, Poder y Movimiento Obrero

Por Silvano Pascuzzo.

 

 

            El Movimiento Obrero Argentino es mucho más que la CGT; y siempre lo ha sido. Existe desde mucho tiempo antes, pero diremos que es la substancia de la que posteriormente se ha nutrido la estructura burocrática que pretende representarlo. Estamos acostumbrados a ver las cosas desde un lugar demasiado formalista; porque el aparato jurídico del Derecho Liberal nos impone anteojeras que limitan nuestro modo de percibir y comprender la realidad. Si algo nos enseña la historia es que los individuos y las organizaciones pasan; los Pueblos quedan. Las evoluciones sociales nada tienen que ver con los intereses mezquinos de quienes las protagonizan de modo circunstancial.

 

            Preocupa la hiperpersonalización del gremialismo; la reducción de todo a un festival de nombres. Eso vuelve precario cualquier intento de viabilizar lo colectivo. Hay sujetos que confunden lo importante con lo accesorio; lo esencial con lo accidental; lo permanente con lo efímero. El Ego destruye la potencialidad de un Nosotros; la búsqueda del Bien Común. Es peligroso, si se desborda sobre sí mismo; limitando la formación de vínculos sólidos entre las personas. La mirada debe ser abarcativa. Los trabajadores no son un “sello de tres letras mayúsculas”, un nombre, un sector; son, por el contrario: “la fuerza vital de la Patria”, como dijera una vez, Arturo Jauretche.

 

            Los planteos de Pablo Moyano resultan pertinentes al tema que nos ocupa. El dirigente de los Camioneros se expresa como parte de un colectivo social, que excede los límites de sus representados. Interpela – con su clásico estilo – a sus pares, para que reflexionen, y den los pasos que su rol, en la actual coyuntura, demanda. Está llamando a frenar la entrega y la pulverización del aparato productivo. Lo que dice y lo que hace y eso es mucho más relevante que el ¿cómo? Pide a gritos una política coherente y efectiva. Algo razonable. Y sobre eso invita a discutir.

 

            Los sectores “dialoguistas” no son nuevos en el Movimiento Obrero Argentino. Hay un grupo de dirigentes, y de cuadros, que ven el Poder desde la subordinación y adaptación a sus mandatos. Son muy lábiles y se adaptan con facilidad a los cambios de la dinámica y a las veloces transformaciones de la coyuntura. Se conciben como administradores de estructuras burocráticas, más que como líderes de colectivos sociales. Su conducta, presumiblemente realista, mira solo la conveniencia táctica, más que los despliegues estratégicos. El término traidores es demasiado tajante, resulta mejor llamarlos posibilistas. Les da vértigo estar lejos del Poder.

 

            Los grupos “combativos”, en cambio, son plurales, diversos ideológicamente. Tienen otra mirada, porque creen en la lucha como instrumento de los trabajadores frente al Capital. No rehúyen compromisos y acuerdos, pero consideran absurdo resignar la reivindicación, en aras de la participación en la toma de decisiones. No son maximalistas, pero valoran la protesta y la movilización. La calle es uno de su hábitat predilecto. Para ellos el Poder se construye, no se mendiga.

 

            La “Unidad” ha sido una quimera. Excepto durante el período 1970-1976, y en tiempos de Saúl Ubaldini, el Movimiento Obrero estuvo siempre dividido. ¿Por cuestiones ideológicas? No. Por razones tácticas, y sobre todo personales. Pablo pide otra actitud frente al Gobierno de Javier Milei, de un mayor compromiso con los sectores perjudicados por sus políticas, Un perfil más alto. Un volumen mayor para la exposición pública de los intereses colectivos de los trabajadores. Los modos y los estilos no son relevantes; los posicionamientos políticos, sí lo son.

 

            Hay viejos conocidos entre los primeros. ¿Se puede esperar de ellos otra cosa que acomodación? Tenemos en claro que no. Siempre han sido consecuentes en su búsqueda de “un lugarcito bajo el sol”. El bajo perfil, la tibieza discursiva, la convocatoria a diálogos inviables; es parte constitutiva de su identidad, de su Ser. Al final las cosas son como las veía Aristóteles, el resultado de un asunto ético, de orientación a fines. Representar a los pares, o ser correa de transmisión del Poder frente a ellos.

 

            El Sindicalismo es un instrumento. Los dirigentes valen, en tanto expresan interese y aspiraciones colectivas, nunca de círculo. La endogamia es autodestructiva, porque trabaja hacia adentro. La Unidad de los trabajadores está por encima de la de los dirigentes. Hoy la estructura flota en el vacío, aislada de la base, en un mar de impotentes indefiniciones. Escuchar ciertos llamados, vengan de donde vengan, es bueno, es sano, es oportuno. Al menos para definir, de qué lado de la trinchera vamos a estar; lo que no es, de ningún modo, una simple operación mental; sino el comienzo de la acción, y de toda transformación social.

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