Por Elías de la Cera
El extenso trabajo de “Historia Argentina” que escribiera el historiador José María Rosa, comienza por diferenciar la moral heroica de la moral burguesa.
Según el fundador de la Revista Línea, nosotros, los argentinos, hemos heredado la moral heroica, propia de los españoles que llegaron a este continente y que, poco antes, habían luchado valientemente contra la ocupación de los moros en la península ibérica. La penetración castellana y la finalización de la guerra suceden el 1 de Enero de 1492 con la toma de Granada por los Reyes Católicos.
“Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil”.
En este sentido, podemos colegir que el transitar permanentemente por andurriales de entrevero, de peligro, de sangre, de muerte. El vivir cotidianamente entre los horrores de la guerra, obligan a los habitantes de La Madre Patria a poner en juego, constantemente, virtudes muy profundas, como lo son el coraje y el valor. José María Rosa, se detiene a mencionar el hecho de que, para la lengua castellana, el coraje y el valor son exactamente lo mismo. Es decir que, para la lengua española, el bronce de Francisco de Quevedo, lo que vale es ser valiente. El valor de una persona, es la valentía de esa persona, no su posición económica.
En la vereda de enfrente, nos encontramos con la moral burguesa, para la que finalmente la posición económica de una persona determina su valor. Ya no es considerada la fe, el coraje, el ansia de guapear, sino que este tipo de moral solo considera la prosperidad. El próspero es el elegido por la divinidad.
Resulta interesante, incluso para trabajar en simultáneo con las dos veredas del pensamiento, la referencia que hace José Luis Romero a un refrán acuñado en la misma España a mediados del siglo XVIII y difundido en América: “Primero la obligación y después la devoción”. Pues claro, para un progresista del siglo de la Revolución Industrial, resultaba totalmente patético el detener sus actividades solo para rezar la Novena. La mentalidad burguesa fue haciendo el esfuerzo secreto y secular por llegar a convertir en costumbre una forma de pensar que, en siglos anteriores, significaban verdaderas herejías. Ese refrán, no hace más que revelar cómo la burguesía ha ido sustituyendo un sistema de ideas propio de la sociedad cristiano feudal. Tal es el progresismo del siglo XVIII, y también el que nosotros conocemos, que se ha propuesto desvanecer toda una tradición, toda la devoción en términos generales, toda la significación de la vieja idea del hombre como criatura de Dios, inclinándose por un tipo de concepción materialista y profana.
El Imperio Romano había sido, esencialmente, un típico mundo urbano, montado sobre un conjunto de ciudades, y toda su estructura económica, social y política estaba fundada sobre la dependencia del mundo rural respecto de los centros urbanos. Con las invasiones germánicas, este mundo se resquebraja o, como diría el director de este foro; “Hace plof”. En el curso de los siglos, las ciudades se arruinaron; las que no fueron desbastadas, fueron reducidas considerablemente. La gente se dispersó y, a la inversa de lo que sucedió posteriormente, de manera sistemática, un éxodo urbano permitió recrear un mundo rural, que adquiere finalmente un principio de organización política, económica y social, que conocemos como régimen feudal.
La Europa Occidental del siglo XI es una Europa rural, y es, paradójicamente, el siglo en el que se sitúa la revolución burguesa. Pues sin perjuicio de que subsista el mundo rural, han empezado a surgir las ciudades. El desarrollo demográfico, la reactivación mercantil y el apoyo frecuente de los poderes existentes, todo hace que entre los siglos XI y XII se funden innumerables ciudades. Europa vuelve a ser un mundo de ciudades, y también comienza a ser un mundo burgués.
Hay muchos vínculos que crean un encadenamiento de la vida urbana y que constituyen, en el mundo urbano, una suerte de superestructura. Sobre la base de la estabilidad mortecina, del carácter casi pasivo del mundo rural, la ciudad se convierte en el polo creador, en el centro de cambios y transformaciones. En cierto sentido, toda la cultura moderna, es cultura urbana. Sabido es que entre los gauchos, no se dicen gauchos.
La revolución burguesa del siglo XI creó el primer modelo de un mundo urbano impostado sobre uno rural, voluntariamente, para mandar sobre él, dirigirlo, neutralizarlo y someterlo. Si esto lo miramos desde una perspectiva de las mentalidades, esta dicotomía podría expresarse como la relación urbana y progresista, en controversia con las mentalidades rurales que suelen ser tradicionales. Es entonces donde surge el problema, aún vigente, entre la derecha y el progresismo.
Las derechas apelan, más temprano que tarde, a los modos de vida y a los sistemas de ideas propios de las áreas rurales; la concepción paternalista y señorial; la idea de una sociedad dual de campesinos y señores. Si se analizan los elementos constitutivos del pensamiento de derecha, y esto ya lo hemos dicho en otras oportunidades, todas corresponden al pater, a una remota y alterada perpetuación del poder señorial.
El progresismo, en forma de moderados, radicales o socialistas, todos son hijos de la mentalidad urbana. Es la diferencia entre vivir proyectando y vivir vegetando. La diferencia entre modificar el entorno y adaptarse al entorno.
Se hace evidente el hecho de que hay, entre los autores susodichos, José María Rosa y José Luis Romero, un contrapunto a tener en cuenta. Mientras que el primero dice que Argentina heredó de España una moral heroica, el segundo se inclina por decir que la Europa que conquistó América es la Europa burguesa, fundando ciudades con su propio modelo: el mismo ayuntamiento, y, en caso de que fuera posible, la misma iglesia. La ciudad era vista como lo activo, la civilización, el fermento operativo, aptas precisamente para difundir las formas de vida y las ideas que la burguesía ha venido elaborando. En el Facundo, Domingo Faustino Sarmiento, se atreve a señalar que el proceso revolucionario de Mayo era cosa de las ciudades y no de las campañas.
¿Que somos entonces, burgueses o heroicos? Todavía estamos tratando de desempatar, lo cual no es una mala noticia. Porque si, efectivamente, el mundo se ha vuelto burgués, el hecho de que acá lo estemos discutiendo aún demuestra, que, en cierta manera, ambos autores tenían razón. Y si bien en Argentina siempre hubo mucho rastacuer y mucho tilingo, también hubo otra tanta cantidad de hombres y mujeres que han dejado de lado, no ya su prosperidad, sino que también su propia vida en pos de una causa noble.
El resignado autor, de estas resignadas páginas, tuvo el honor de compartir junto otros tantos compañeros, la fiesta popular propiciada el día Martes 10 de Diciembre. El haber soportado tantas horas de calor entre tanta gente, me ha obligado a pensar en que esa era la moral heroica de la que hablaba Rosa. Cantidades industriales de personas, deshidratadas de calor, bailando y festejando el final de una pesadilla. Algo realmente inexplicable desde los cánones de la moral burguesa.
Quizás, la moral heroica ya no tenga tanto que ver con el valor para la guerra, con el riesgo asumido ante la muerte, sino que se puede contrariar a los mercachifles, con virtudes tales como la generosidad, la solidaridad y la empatía. Un peronista de verdad, no puede ser feliz si sabe que hay un compatriota sufriendo. Si queremos criticar la sociedad consumo, empecemos por desconfiar de los que tienen mucho, o por lo menos, no los volvamos a votar.
La mentalidad burguesa ha sido siempre hostigada, primero por la mentalidad señorial, derramando nostalgia aristocrática, y luego por el disconformismo antiburgués: los goliardos, clérigos vagabundos del siglo XII y estudiantes misios y atorrantes, que emergen, sobre todo con el romanticismo. La bohemia, los poetas malditos, épater le bourgeois, los hippies.
Y aquí estamos nosotros; mezcla rara de nostálgicos por una utopía pasada, de vagabundos erráticos, de estudiantes atorrantes, de románticos, de bohemios, de poetas, de hippies. Todos juntos somos héroes. Todos juntos somos peronistas. Todos juntos somos el hecho maldito del mundo burgués.