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“...No son los tuyos”

Por Silvano Pascuzzo. Gabriel Rufián, diputado a Cortes por “Ezquerra Republicana de Catalunya” (ERC), lo dice con claridad. “-Son ratones que votan gatos”. Se refiere a los trabajadores y trabajadoras, que eligen para representarlos y representarlas, a tipos y tipas, que serán – más temprano que tarde – sus verdugos. Karl Marx y Max Weber lo habían visto: no siempre los individuos son concientes de lo que su voto podía depararles. ¿Alienación, infantilismo, anomía, credulidad o llanamente estupidez?



Abandonemos, es oportuno, esa cándida creencia en la “sabiduría popular”, que el Romanticismo impuso, tras décadas de debate con sus adversarios, los herederos de la Ilustración, defensores ellos también, de una falsa cosmovisión optimista, sobre los efectos benéficos y virtuosos del Saber y de la Educación Formal, sobre la conciencia humana. Volvamos, una y otra vez, a contemplar los efectos destructivos de tres fenómenos contemporáneos convergentes: el desfondamiento de las estructuras tradicionales de representación social (partidos, sindicatos); la hegemonía ideológica de una manera de ver el Mundo que exalta el egoísmo, y lo coloca por encima de la solidaridad y la cooperación; y la muerte de la Verdad y del sentido de trascendencia.


Uno comprende la bronca de un joven político como Gabriel Rufián, heredero de identidades poderosas, de nacionalismo y regionalismos milenarios; hijo de una corriente cultural, fundada en los siglos XIX y XX, que se opuso a las Dictaduras y el Franquismo, liderada por héroes legendarios, como Don Manuel Companys, estadista y revolucionario catalán, mártir de la lucha por la Libertad de los Pueblos y la Justicia Social. Sentimos, a la distancia, su pena y su dolor como propios, y en la carne, el desgarramiento que le infiere la actual realidad de España.


Oigamos y miremos, reflexionemos y debatamos; porque allá “Vox” con sus señoritos apergaminados y sus damas altivas y violentas; y aquí los libertarios, vociferantes y engreídos; son la misma cosa: los perros falderos del Gran Capital y, en consecuencia, nuestros enemigos.


No alcanzan los eslóganes de una dirigencia política ocupada sólo en competir electoralmente y revalidar sus cargos y privilegios cada dos años; sobran los afiches con caras sonrientes y amigables; son un insulto las pavadas esparcidas con ayuda de la fibra óptica, sobre miles y miles de hogares. Hay que sembrar conciencia, predicar, generar anticuerpos éticos y dar forma a una organización política, que los frene en su carrera ascendente y luego los derrote y los castigue. El resto, lo sabemos, son ilusiones culposas, de liberales asustados ante las responsabilidades a los que los somete la Historia.

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