Por Silvano Pascuzzo
El Gobierno Nacional, encara desde esta semana, una nueva fase en la estrategia que iniciara a principios de marzo, en el marco de la lucha contra los efectos, múltiples y complejos, de la pandemia de COVID-19. Atento a los equilibrios entre Economía y Salud Pública, el oficialismo intenta, por estas horas, avanzar en una apertura parcial y gradualista de la cuarentena o “aislamiento social obligatorio”, casi como un acto reflejo, ante el lobby de ciertos grupos de poder, a favor del fin de las restricciones y de lo que llaman “un retorno a la normalidad”.
Queda claro que el objetivo estratégico del Presidente Alberto Fernández es impedir una explosión de la curva de contagios y, al mismo tiempo, encender la producción y el consumo, luego de semanas de inactividad. Pero la Política juega sus bazas, como siempre; alterando planes y modificando, sobre la marcha, algunas decisiones. Nada es prístino y lineal, como algunas derechas pretenden que sea. La Vida tiene, en una Democracia, tanto o más valor que el crecimiento económico; más en una sociedad como la nuestra, tan castigada por el terror y la
violencia.
Brasil y Estados Unidos marcan la pauta de lo que no debe hacerse; y el oficialismo en su conjunto lo sabe. El problema está en que la pobreza, el empleo precario y la marginalidad existentes en el país hace décadas, explotan con enorme fuerza, condicionando la mejor de las políticas y determinando los límites de todo esfuerzo coordinado, por salvar personas de una muerte segura, sobre todo entre los ancianos y enfermos crónicos.
Dejando a Mauricio Macri y sus secuaces del “PRO” – como Patricia Bullrich – y a los intelectuales orgánicos del Egoísmo – más cómicos que otra cosa – tipo Espert, Milei o Boggiano; parece evidente que incluso empresarios y financistas han comprendido que, en medio de la muerte y la desesperación, es imposible hacer buenos negocios. La sanción colectiva potencial o supuesta, pesa en sus actitudes y poses públicas – más allá de opiniones privadas – y por ahora, a regañadientes, los obliga a secundar al gobierno en este tema.
El papel de Cristina Fernández y del Kirchnerismo aquí, como siempre, es crucial. La ex Presidenta ha avanzado en sus esfuerzos por motorizar temas de fondo, como el impuesto a las fortunas y la reforma judicial; gracias a su decisión de poner en funcionamiento al Congreso, luego del fallo, ambiguo pero útil, de la Corte. Cristina – es un secreto a voces – teme que el Gobierno abandone su impulso reformista de los días iniciales y, con la excusa de la pandemia, apueste a un matrimonio de conveniencia con los grupos disidentes del Macrismo: el Peronismo Federal y los colaboradores más estrechos del Jefe de Gobierno Porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
La visible e inocultable incomodidad del Gobernador Axel Kicillof en la conferencia de prensa de hace dos domingos; junto a las críticas de los intendentes peronistas del conurbano y a la flexibilización de la cuarentena en CABA – entre ellos el Jefe Comunal de Berazategui y la Intendenta de Quilmes – , indican que un sector del Frente de Todos está incómodo con el acercamiento de Fernández a la “derecha dialoguista”. Y no le faltan razones para ello.
El Gobierno de la Ciudad no ha manejado bien el control sanitario y medio ambiental en los barrios populares de Retiro y el bajo Flores. Y se ha mostrado muy receptivo a las presiones a favor de una apertura; aunque por razones más publicitarias que de convicción no se anime a verbalizarlo. A estas alturas, el peligro de una difusión del virus por el conurbano es una posibilidad, máxime cuando gran parte de los trabajadores que desempeñan funciones en la Ciudad, proceden de allí. Hay intereses opuestos entre la Provincia y la Ciudad en este punto; a pesar de las buenas costumbres y la urbanidad imperantes entre los protagonistas.
Fernández debe pues avanzar y lo está haciendo, con bastante mesura, responsabilidad y resultados aceptables. Parece tener las dotes adecuadas al momento, y se lo ve firme y decidido. Es muy posible que las tensiones – lógicas en un armado político complejo y diverso como el que le toca manejar – puedan ser administradas; en contraposición a los deseos de los “escribas” de la prensa mercenaria. No es visible – al menos por ahora – un escenario de turbulencias graves; aunque sí un aumento de los casos positivos de COVID en la Capital y su conurbano.
Más preocupante, es el contexto internacional, y los cambios veloces que en él se están produciendo. Allí también el oficialismo – comandado por el Ministro Guzmán y en alianza con un grupo de economistas afines a sus ideas, entre los que se destaca su mentor, Joseph Stiglitz – encara con determinación el tema de la Deuda, manteniendo su palabra de no pagar a costa del bienestar de los argentinos. Ha conseguido poner al país a la cabeza de los reclamos de cambios en el sistema financiero global – como living case – y, gracias al apoyo del Papa Francisco – un sacerdote jesuita, argentino y peronista – y de algunos líderes europeos, avanza en sus planes de reestructurar una porción relevante de los compromisos externos tomados por la derecha entre 2015 y 2019.
Se ve, en síntesis, cierta fortaleza en la posición del Gobierno, pese a las circunstancias desfavorables generadas por la pandemia y por una herencia terrible. Pero también es igual de prístino el desafío que le espera en los próximos meses: salvar vidas y evitar muertes, en contradicción a un discurso poderoso que, basado en el Egoísmo Individualista y un Materialismo desaforado, pretende seguir acumulando Capital, mientras las topadoras cavan fosas comunes repletas de cadáveres. Argentina aún parece a salvo de semejante tragedia. Esperemos que así continúe siendo.