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Roca y Alberdi. El Estado Elector y los Destinos Efímeros de la Argentina Liberal.

Por Jorge Osvaldo Furman

El siguiente artículo fue revisado y editado por nuestro director, a partir del texto completo del Prólogo al libro de Jorge Osvaldo Furman, Luis Brajterman, Néstor Legnani, Hugo Pomposo y Daniel Osvaldo Rossano. La República Representativa, la Legitimidad y el Sistema Democrático. Biblioteca Política Argentina, Centro Editor de América Latina (CEAL); Buenos Aires, Argentina; 1993. Debemos comprender el tránsito que va desde 1854 – comienzo de la presidencia de Justo José de Urquiza – a 1880 – inicio del gobierno de Julio Argentino Roca – como el pasaje conflictivo donde se asienta un modo de producción determinado y un criterio de Legitimidad específico. A fines del período presidencial de Nicolás Avellaneda – 1874-1880 – los elementos económicos sociales y el ámbito político ideológico se definen y perfilan, configurando el nudo esencial de la Argentina Moderna.

El viejo dueño, tantas veces manifestado del estado nación, se modela a través de tres medidas nodales, tomadas por el Presidente Avellaneda: 1º) Se funda el Partido Autonomista Nacional (PAN), cuyo soporte real son los gobernadores provinciales; 2º) Se incorporan 15.000 leguas de territorio al control estatal, terminándose con el “problema indígena”, y asegurándose el desarrollo productivo – la expansión agropecuaria – y los límites de la frontera nacional; 3º) Se federaliza la Ciudad de Buenos Aires, encontrando así las autoridades nacionales, el espacio histórico geográfico, para el ejercicio del poder. Las medidas anotadas, junto a la inserción del país en un marco internacional hegemonizado por el Reino Unido, trazan grandes líneas en un derrotero que, iniciado en 1810, setenta años después se concreta y se plasma con sus luces y sombras.

La “Argentina posible”, esa expresión acuñada por Juan Bautista Alberdi, es, a partir de los años 80, una realidad que vertiginosamente se cierne sobre el país de los argentinos. El General Roca, titular del Poder Ejecutivo entre los años 1880 y 1886, inaugura su gobierno bajo el eslogan: “Paz y Administración”. Sin titubeos, sagazmente, el joven Jefe del Estado – tiene 37 años al asumir – encara su labor política bajo la clara y nunca desmentida influencia alberdiana. Meses antes, el diario El Independiente de Rosario (dirigido por Félix Monzón) con fecha 19 de diciembre de 1879, publica un reportaje al general, del cual transcribimos algunos párrafos. Ante la requisitoria sobre su deseo de ser candidato presidencial, Roca contesta que: “(...) a pesar de la presencia en la primera fila, de hombres ilustrados, más experimentados, más probados que yo, podría ser necesario y representar las aspiraciones nacionales, que son el orden, la paz y la unidad de la Patria”. Directamente, sin tapujos, el entrevistado establece como prioridad política de su programa, el Orden; pero no cualquier Orden, sino el que “(…) está en el respeto y en la fiel observancia de la Constitución”. Más adelante, avanzando en el reportaje – el primero que se le hace a un candidato al máximo poder político – se le pregunta: “¿Tiene usted ideas fijas sobre el comercio, los ferrocarriles, las grandes obras públicas, la inmigración?” Y Roca responde: “Mi opinión es que el comercio sabe por habitud, mejor que el Gobierno, lo que le conviene. La verdadera política consiste, pues, en dejarle la mayor libertad posible. El Estado debe limitarse a establecer las vías de comunicación, a ligar a las capitales por medio de ferrocarriles, a fomentar la navegación de los grandes ríos (…) En cuanto a la inmigración, debemos protegerla a todo precio, a fin de poder recibir 200.000 inmigrantes por año”.

El periodista insiste: “Los recursos del presupuesto no bastarían para una operación tan gigantesca”, y Don Julio contesta: “Bastará para ello cuando se los emplee en garantir un interés a los capitales extranjeros que quieran emplearse en la colonización. La Europa que está repleta de capitales, no espera para colocarlos en la América del Sud, sino una garantía seria que podamos ofrecerle en tierras y en dinero”.


Veintisiete años después de publicadas Las Bases, el General Roca se convierte en un nítido hacedor de la imaginería allí contenida. Paz y Administración significa un Estado ordenador en lo político; o mejor dicho, un Estado que monopoliza la política, mientras la sociedad por sí misma se dedica a la producción y al trabajo. Capital e Inmigración son el abc de la modernización; y ambos deben ser obtenidos en Europa.

Lógicamente, esta programática tiene sus bemoles; pues acepta sin discusión el contexto económico y social existente, un sistema pecuniario a lo sumo agro exportador, cuya matriz es el latifundio, y su coronación el terrateniente. Si en Europa y los Estados Unidos, el Capitalismo se traduce en industrias y en burguesía fabril; en la Argentina, se manifiesta en actividad agropecuaria y burguesía terrateniente. Si en Europa y los Estados unidos, el mercado interno condiciona las variables económicas; en la Argentina, inversamente, se produce y comercializa para el mercado internacional. Y los mecanismos naturales, supuestamente espontáneos de la sociedad, llevarán éste contexto a alturas absurdas y dramáticas, durante la Crisis de 1890.

En lo ideológico político, se prioriza el Orden. A diferencia de etapas anteriores, las élites dirigentes agrupadas en el PAN, se materializan operativamente, en la alianza de los notables. El Liberalismo, ideología dominante, se explicita socialmente en nuestro país, de un modo muy particular. Mientras en sus espacios originarios ya derivaba, mediante el sufragio universal, en proto democracias, siendo cada vez más difícil romper los vínculos entre ambas ideas; aquí, entre nosotros, las características que adopta tienden a confundirlo con un Conservadurismo más tradicional.

En nombre de la terminación de una etapa heroica y politizada – definición dada por Alberdi, a las épocas de la Independencia y la Guerra Civil – se proclama la misional necesidad de alcanzar objetivos económicos, materiales, única ponderación real del Progreso. Aquí también, lógicamente, las consecuencias son claras: “(...) Nuestros padres eran soldados, poetas y artistas. Nosotros seremos tenderos, mercachifles y agiotistas (…) el sueño constante de la juventud era la Gloria, la Patria, el Amor (...) hoy es una concesión de ferrocarril, para lanzarse a venderla en el mercado de Londres”, escribe Ricardo Sáenz Hayes, en su biografía de Miguel Cané.

Se usa y abusa de la Libertad en el campo civil, mientras se restringe y desalienta, casi como un pecado, la participación política. La imaginaria alberdiana, desarrollada sobre la agonía del Rosismo y sus convulsiones posteriores, es aplicada con rigor dogmático. Se la plasma con tal radical decisión y persistencia, que lo que inicialmente se auto visualiza – por el mismo Alberdi –como un Proyecto Liberal, con rasgos provisionalmente autoritarios (imprescindibles, se juzga, para transformar una estructura bárbara y atrasada); se lo convierte en un Conservadurismo modernizante. Las consecuencias de un modo de producción social y de un criterio legitimante, que desconoce la voluntad popular, serán mediatas. A fines del binomio Roca- Madero, podemos puntualizar objetivos logrados, construcción de obras públicas, extensión de los ferrocarriles, ampliación de la frontera agropecuaria, aumento substancial de la población mediante el caudal inmigratorio, existencia de la paz política y asentamiento de una burocracia administrativa. Concretamente, lo prometido por Roca en su primer mensaje a ambas cámaras del Congreso: Orden y Modernización.

Roca, y lo señalamos intencionalmente; hará un balance de su gestión, en una carta a su amigo Miguel Cané, en la que entre otros logros, destaca: “Creo yo también, que por fin tenemos un Gobierno dotado de todos los instrumentos necesarios, para conservar la Paz y el Orden (…) Este ha sido mi principal objetivo, desde los primeros días (…) De Buenos Aires a Jujuy, la autoridad nacional es acatada y respetada como nunca (…) El mando lo transmitiré en Paz, de buena gana, como quien se alivia de un gran peso, conforme con los principios constitucionales”.

El Presidente, en estas líneas, realizaba una lectura de la realidad que confirma y subraya lo que hasta aquí hemos dicho. Roca no miente, aún cuando no expresa toda la realidad. Era cierto que la autoridad es acatada en todo el país; y era real que la sucesión se desarrollaba en paz – a diferencia de 1874 y 1880 – pero no del todo de acuerdo con los preceptos constitucionales.

El artículo primero de la Carta Magna, sancionada en 1853, establecía un Régimen Republicano, Representativo y Federal; al mismo tiempo que, en todo su articulado, declaraba que la Legitimidad de los representantes residía exclusivamente en la voluntad de los representados: el Pueblo. A los señores Juárez Celman y Carlos Pellegrini, los había elegido el PAN, un aparato de Notables que encubría los intereses de la Liga de Gobernadores, a sugerencia del mismo Roca.

Y así lo denunciaba Domingo F Sarmiento en prosa admirable; así lo admitía Bartolomé Mitre en una reunión política. Por lo tanto, en la lectura del General, la Constitución quedaba reducida, o acotada, a una autoridad fuerte y obedecida, que garantizaba la paz y el Orden; pre requisitos del Progreso. La participación del Pueblo – la Democracia – se relegaba a las “calendas griegas” o al Reino de la Utopía.

Esta visión excesivamente complaciente y magnánima de Roca, sobre la Nación y sobre sí mismo, es aceptada y aún ampliada, por su interlocutor epistolar, el nombrado Cané; y es demostrativa de la opinión de una élite que creía marchar a pie firme, dejando atrás el Despotismo Personalista, la Anarquía y la Rebelión. Los hechos se encargarían, menos de un lustro después, de resaltar lo incorrecto de la misma.

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