Por Silvano Pascuzzo.
“El futuro se construye – dijo alguna vez un político y revolucionario latinoamericano – a golpes de machete”. Y es claro que en estos tiempos de relativismo y pragmatismo descarnados, el control que las élites políticas tienen sobre la sociedad, e incluso sobre las instituciones formales de la Democracia, es cada vez más pobre. La voluntad de los jefes de partido, ya no es avanzar en profundas transformaciones económicas y culturales; sino que se centra, primordialmente, en ganar elecciones y en aferrarse a los cargos públicos, que ocasionalmente, y de forma alterna, deberían ocupar. El comportamiento marcadamente oligárquico y elitista, se impone en casi todos los países de Occidente, alejando a los gobiernos de sus pueblos, tanto en materia de valores, como de resultados.
El Gobierno argentino – a todas luces un gobierno que desde el minuto cero de su gestión se ha percibido débil – ejercita esa modalidad autista de manejar sus atributos constitucionales; excusándose – para justificar un manifiesto quietismo y falta de iniciativa – en supuestas “correlaciones de fuerza negativas”; sobre todo con respecto al sector de las grandes empresas locales y extranjeras. Le escapa al conflicto y al ejercicio de la autoridad, y opta por: “el diálogo y el consenso”, como fórmula preferida, casi como si esta fuera un dogma. Creyendo que así se fortalece, en realidad se debilita; acuciado por contradicciones internas muy profundas. Simula decidir, cuando en realidad lo hacen los verdaderos dueños del país: gerentes y propietarios de corporaciones, asociados a la derecha política y mediática.
La desconexión con la sociedad, es cada vez más grande, y al ampliarse, no solo destruye los sueños quiméricos de cierto Liberalismo Progresista, consistentes en dar forma a una: “Democracia de buenos modales”; sino que neutraliza los esfuerzos de los sectores nacional populares, por reemprender la marcha iniciada en 2003. Los sectores conservadores ensayan ya – a cielo descubierto – la construcción de una hegemonía aún más poderosa que la que edificaran luego de los años setenta. Conducen al conjunto social, hacia una miseria crónica, con la autoridad que les da su maridaje con los políticos profesionales y periodistas, que tienen a su servicio.
Sabemos que no es éste, un fenómeno exclusivamente argentino. Sin embrago, aquí entre nosotros, el Peronismo – al menos en su versión kirchnerista – parecía ser, hasta hace muy poco, un instrumento de lucha, que aunque imperfecto, era confiable en la tarea de expresar a los sectores ajenos al contubernio que desde 1983, se ha sucedido en el poder, desde el final de la Dictadura cívico militar genocida. Luego de la constitución del Frente de Todos, la disolución de su identidad no se ha detenido. Inmovilizado por el error básico de delegar su representación en sujetos carentes de espíritu de lucha: socialdemócratas y liberales; corre el riesgo de desaparecer, anestesiado y sin elementos que lo diferencien de sus socios y rivales.
Haber hecho política centrándose en las estructuras más que en las masas, lo hizo descuidar el proceso socio cultural que cambiaba por abajo las relaciones de fuerza. Fue un pecado mayúsculo, hijo de un enfoque excesivamente pragmático, en el fondo lineal, ingenuo y de corto plazo. Los liderazgos populares surgidos de las instancias intermedias, territoriales y laborales, fueron despreciados y cooptados al interior de organizaciones endogámicas de cuadros, que no articularon Poder Popular. La penetración ideológica de la derecha, incluso entre los propios, y su paralela desorientación por falta de referentes al interior de la comunidad, completaron un proceso que de no revertirse, no augura nada bueno para el futuro mediato e inmediato.
Las críticas públicas sobre la marcha del Gobierno, ya son insuficientes, si no se enmarcan en el contexto del conflicto social, con método y coherencia. La batalla es estratégica y no táctica; y debe abarcar campos muy variados y complejos, que van más allá de lo meramente electoral. El tiempo es una variable flexible, que adquiere importancia en función de los objetivos que se persiguen. La derecha hace tiempo que tiene en sus manos los principales resortes de poder en éste país; y ahora se trata de oponer una resistencia coordinada a su declarado objetivo de llevar a la Argentina a un “orden pre peronista”. Otra cosa parece imposible, sobre todo por la manifiesta endeblez de la representación del espacio a escala nacional.
Los acuerdos con las derechas y con el empresariado, son imposibles. Constituyen una fantasía, sólo operante en la mentalidad basayática de cierta dirigencia política. Es probable que debamos afrontar derrotas. Retrocesos y sinsabores, o aún, algo peor: violencia y autoritarismo. Pero el futuro será de los que comprendan que sin lucha no hay poder, y sin poder no hay derechos; constituyendo la vida un penoso transitar, plagada de viles abyecciones y ominosos sufrimientos.